Lunes 19 de Julio de 2021
Psicóloga Constanze Ihl Herbach
En este año y medio de pandemia, hemos vivido una realidad temporal que ha requerido ajustes respecto a nuestra forma de trabajar, estudiar y vivir la vida en general, existiendo una multiplicidad de funciones a desempeñar en un mismo espacio. Sigue siendo un desafío, incluso al día de hoy, lograr separar espacios físicos y temporales de trabajo y descanso.
Tanto en el espacio de atención clínica como en la conversación trivial entre personas, se reconoce como sensación predominante el estrés, entendido como la sensación que surge cuando una persona siente que no cuenta con los recursos y herramientas necesarias para enfrentar la situación que vive, debido a los constantes cambios a los cuales ha estado expuesta. Ejemplos de ello es tener que reorganizar la casa y pieza para el estudio; depender de internet para participar en clases y realizar evaluaciones; o tener que trabajar en equipo con compañeros(as) estando a distancia, lo cual puede dificultar la comunicación y coordinación. Sin embargo, el principal elemento percibido como estresante, es llevar a cabo el estudio de la carrera escogida desde casa, sin contar con la interacción cotidiana y cara a cara con docentes y compañeros(as). En este sentido, el estudio se lleva a cabo de manera mucho más autónoma que en la presencialidad, siendo uno(a) mismo(a) el principal responsable de mantener un ritmo de estudio constante y recordar las evaluaciones planificadas.
Si bien para algunas personas esto se ha logrado relativamente de manera sana, para otras ha implicado el desarrollo de una exigencia autoimpuesta muy difícil de cumplir, sintiendo que es necesario estudiar todo el tiempo posible, en cada espacio que se tiene disponible y que esta es la única forma de lograr el objetivo de aprender lo necesario para las evaluaciones y para la formación académica. En otros casos esta auto-exigencia se eleva al presionarse a obtener un buen rendimiento, para sentirse valorado(a) por uno mismo(a) o por los demás.
Esta sensación de que todo el tiempo disponible del día debe destinarse a la universidad, sin posibilidad de tomar tiempos de descanso, de desayunar, almorzar o cenar con tranquilidad, dormir lo necesario, o de administrar los propios tiempos con libertad; puede llevar a percibir el estudio como un trabajo a tiempo más que completo, afectando la salud tanto física como mental. Esto se expresa en percibir tener todos los días la misma rutina, sin factores que despejen y posponiendo muchas veces otras actividades consideradas importantes (relación de pareja, amistades, ejercicio, tiempo en familia), para lograr alcanzar a estudiar lo necesario. Esta exigencia y sus repercusiones, pueden incluso afectar negativamente el cumplimiento del objetivo inicial, ya que el desgaste disminuye la capacidad de concentrarse y focalizar en una tarea, o puede llevar a vivir con culpa todo espacio de descanso, por sentir que uno(a) “no se lo merece”.
Por ende si se percibe este desgaste, es importante revisar si se están teniendo dificultades para priorizar las distintas actividades a llevar a cabo en el día, ya que el no tener claridad de lo que requiere ser resuelto primero o con mayor urgencia, puede entregar la falsa necesidad de deber dar solución a todo lo propuesto en un breve lapso de tiempo. A raíz de lo anterior, se vuelve fundamental lograr distinguir los períodos del semestre o del año con mayor demanda académica, en los cuales se requiere estudiar de forma diaria, constante y posponiendo ciertos planes personales, de manera de permitirse más descansos y tiempos de autocuidado, en los períodos más tranquilos del año que sí lo permitan.
Lo anterior considerando que si bien la etapa universitaria es demandante, particularmente en determinados momentos del año, implicando bastante tiempo y esfuerzo para sacar adelante los estudios, en ningún caso se espera que invada todos los ámbitos de la vida de la persona que estudia y que genere un elevado nivel de estrés.
Es posible reconocer que se está experimentando estrés, a través de distintos indicadores. Algunos de ellos son corporales (sensación de fatiga o cansancio extremo, temblor de manos, dificultad para respirar, taquicardia) y otros son indicadores somáticos, que se expresan en cambios en el funcionamiento, por ejemplo en forma de impaciencia, frustración, ansiedad y agobio.
Es relevante tener presente también, que existen distintas fases que podemos llegar a atravesar al sentir estrés. En primer lugar es posible reconocer la fase de alarma, en la cual el organismo se encuentra en estado de alerta por situaciones de cambio recientes, percibe cierta incomodidad y la necesidad de hacer ajustes en las rutinas para lograr resolver todo lo que se haya propuesto. En caso de no lograr realizar ajustes en sus rutinas a tiempo, es posible transitar a la fase de resistencia, que se caracteriza por el hecho de verse expuesta a un estrés permanente y sostenido en el tiempo que se hace difícil de sobrellevar, en tanto comienza a generar gran cansancio, desánimo y desmotivación. Si ello persiste, es incluso posible llegar a desarrollar un cansancio mental y físico extremo, al cual no es posible sobreponerse, llevando al abandono de metas, proyectos y actividades diarias e incluso pudiendo manifestarse en el desarrollo de ánimo depresivo y/o ciertas enfermedades físicas de mayor complejidad (hipertensión, diabetes, cáncer, entre otras). Por lo anterior, es de gran relevancia actuar a tiempo, limitando tiempos de estudio y de descanso, y entendiendo que primero se es ser humano antes que estudiante y que, por ende, no es sano posponer todos los demás ámbitos de la vida por la universidad.
Para cuidar entonces de la propia salud y calidad de vida, es fundamental asignar un tiempo específico a cada actividad, poner atención en respetar los tiempos asignados para tomar una pausa durante la jornada de estudio (idealmente tenerlas cada 1 hora de estudio y de 20 minutos) y disponer de tiempos para el autocuidado.
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