Jueves 20 de Octubre de 2016
Columna de opinión del académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública, Kenneth Bunker
Lo óptimo hubiese sido hacer un cambio de gabinete puntual y constructivo. Es decir, un ajuste hecho a raíz de un diagnóstico interno sin presiones, enfocado en reclutar a ministros más preparados que los salientes para asumir los desafíos del momento. Pero en este cambio de gabinete, ocurrió todo lo contario. Fue tarde y forzado. Luego de meses de recibir presiones para hacer lo necesario, finalmente sucedió, pero los ministros que entraron no fueron necesariamente los mejores para asumir el desafío, solo los disponibles.
La salida de Blanco no necesita mayores explicaciones. Solo basta decir que, como cabeza de la cartera, estuvo a cargo, entre otros servicios: Gendarmería, Sename y del Registro Civil —tres instituciones significativamente cuestionadas durante su gestión. La salida de Pacheco, en cambio, sí amerita un análisis más detenido. Mi intuición es que el mismo ministro pidió salir, luego de los últimos traspiés de Bachelet. Pacheco probablemente sacó el mapa y la calculadora y vio que su mejor alternativa para seguir una carrera política no estaba en el gobierno.
La salida de Blanco y Pacheco sirven para ilustrar el balance de poder que existe entre una presidenta debilitada, sin control de la agenda política y sus principales rivales, los que la que critican y opacan. Bachelet se vio forzada a sacar a Blanco e impedida de retener a Pacheco. Ya no tiene el capital político para controlar quienes componen sus carteras. Bachelet se vio obligada a sacar a la ministra más fiel de su gabinete y maniatada de impedir la salida del ministro que más triunfos le ha dado en los últimos meses.
La presidenta se metió en este lío cuando no tomó las decisiones a tiempo. Luego de perder el control de la agenda política, perdió la capacidad de liderar en su mismo gobierno. Si hubiese sacado a Blanco en el momento indicado, el gobierno no estaría sufriendo la magnitud de los embates que ha tenido en las últimas semanas. Asimismo, si hubiese prevenido la brusca caída de su popularidad, no habría desatado indirectamente la carrera presidencial de Ricardo Lagos, que le ha significado solo problemas y dolores de cabeza.
La salida de Blanco responde a una especie de tregua con la oposición. Tuvo que pagar ese precio a cambio de permitir una elección local con la mayor normalidad posible. Con Blanco en la cartera, las críticas hubiesen seguido sumando. Algo similar pasó con Pacheco, quien salió solo para seguir en política. No pudo impedir su renuncia, pues el gobierno ya entró en su etapa final. Esta lamentable situación es indicativa de una clara derrota para Bachelet y su agenda progresista, y una victoria para Lagos y los gradualistas.
El domingo hay elecciones municipales, luego de las cuales se desatará la carrera presidencial. Este cambio de gabinete fue probablemente el último relevante en lo que queda del cuatrienio. Es improbable, pero posible, que haya otro ajuste ministerial. Eso dependerá de las ambiciones legislativas de los titulares. Por mientas la mejor prospectiva política de Bachelet es mantener a los titulares en su cargo. Si se ve obligada a hacer otro cambio de gabinete en Noviembre, podremos declarar como difuntos al gobierno y a su agenda refundacional.
Kenneth Bunker
Académico Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública, Universidad Central
PhD Ciencia Política
Fuente: www.latercera.com