Viernes 4 de Noviembre de 2016
Columna del decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública, Marco Moreno
Frente a estos síntomas de alejamiento de la política hay quienes creen que el camino sería una apuesta por formas alternativas de la política, reactivando energías que estarían intactas en la esfera de la sociedad despolitizada, llámese esta sociedad civil, ciudadanía activa, movimientos sociales o ciudadanos. Sin embargo, este camino encuentra un serio obstaculo.
En un contexto en que la participación electoral se debilita y aumenta la indiferencia, cabe esperar que incluso los ciudadanos que siguen participando serán más volatiles, más inseguros y más aleatorios en la expresión de sus preferencias. Si ya no dependen tantas cosas de la política, entonces es razonable esperar que se debilite no solo la voluntad de votar sino también el compromiso de los que sigan participando. De ahí que depender solo de la popularidad para gobernar no sea un camino ni fácil ni menos sostenible. De esto tenemos pruebas más que suficientes.
Si hasta ahora la política ha estado protagonizada por gente que ha demostrado más habilidad para acceder a ella que para gobernar efectivamente, la lógica consecuencia es que hay más promesas que realizaciones, es decir, un déficit de resultados que lleva a un incremento de la decepción. No resulta extraño, en consecuencia, que aumente la desafección política en la medida en que mejoran las técnicas de seducción política.
Es probable que sea esta circunstancia una explicación del hecho de que en el espacio público haya más apelación emocional y promesas inconcretas que debates en torno a propuestas concretas de gobierno.
La única manera de equilibrar esta situación es volver a poner en el centro de nuestras reflexiones la idea de gobierno, qué puede significar esto en los próximos 30 años, qué podemos esperar razonablemente de un gobierno en un sociedad compleja como la nuestra, qué nivel de expectativas políticas produce la mayor movilización con el menor costo de decepción y, sobre todo, pensar más en qué pueden "hacer" los gobiernos y menos en lo que pueden "prometer".
El eje de la próxima elección presidencial se articulará no sobre el binomio popularidad/legitimidad sino sobre el tema de la capacidad de gobierno. El problema, por tanto, ya no sera únicamente de legitimidad política del gobernante sino del rendimiento social de sus decisiones, de la conformación de equipos, de su capacidad y eficacia para resolver problemas. Así, la cuestión se centrará en la eficacia directiva del gobernante más que en su popularidad.
Marco Moreno
Decano, Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública, Universidad Central
Fuente: www.elmostrador.cl