Jueves 6 de Agosto de 2015
Carta al director de la profesora de la Escuela de Ciencia Política Rocío Zepeda publicada en El Austral de Osorno
Veinte años que, en cierto punto, entre la adolescencia y la adultez, parecen una vida y que en la vejez no son nada, significaron en Chile todo un proceso de transición desde un Estado autoritario a uno democrático, y a la vez la aceptación de esta nueva era basada en el consenso donde se pedía la reconciliación, perdón y olvido.
En la teoría suena hermoso imaginar este Chile moderno donde las heridas de una dictadura –aberrante como todo régimen autoritario– estaban siendo sanadas, un Chile que se acercaba a la reconciliación nacional, con líderes de consenso, legítimos, férreos defensores de los derechos humanos, donde se luchaba por dejar atrás ese negro periodo de nuestra historia y avanzar en medio de este nuevo escenario prometedor.
Pero, hemos sido testigos que en la práctica no ha sido así. Bastó que una persona hablara, que la conciencia de uno fuera más importante que cualquier pacto de silencio, para reabrir esa herida que muchos quisieron cerrar, demostrándonos que no hay reconciliación, ni menos perdón y olvido. Porque si bien nuestra aparente democracia nos entrega garantías constitucionales en cuanto a ciertos derechos civiles, sociales y políticos, hay algo que aun no está resuelto: la dignidad de las personas.
En cualquier Estado que se quiera llamar democrático, algo tan básico como la dignidad humana debiera ser indispensable, dignidad que no se arregla con un bono o con pensiones de reparación, sino con verdad y con justicia. Verdad y justicia es lo que necesita nuestro país para cerrar heridas y comenzar recién el tan anhelado proceso de reconciliación, para avanzar en la verdadera construcción democrática que nuestra elite política se jacta de ya tener, porque no se puede pedir perdón y olvido si no existe verdad y justicia.
Rocío Zepeda Majmud
Docente Ciencia Política
Universidad Central de Chile
Fuentes: