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Lunes 27 de Julio de 2015

Olas del feminismo: la lucha de las mujeres por la ciudadanía Responder

Política Crítica

Imagen foto_00000001Desde su origen, la ciudadanía se ha asociado a lo masculino. En Grecia y Roma las cualidades del ciudadano siempre estuvieron pautadas por conceptos fundamentalmente varoniles, como la areté aristotélica, la virtusde Cicerón o la virtú de Maquiavelo (Heather, 2007). Por ello, durante muchos siglos, la ciudadanía estuvo vinculada a la esfera pública y ésta se encontraba en manos de los hombres (obligaciones políticas, económicas y militares) transformándose en un estatus que privilegiaba a una parte reducida de la población. Así, el hombre asumía la esfera pública y la mujer estaba condicionada a la esfera privada. Las mujeres excluidas de participar en el ámbito público y relegadas a las labores del mundo doméstico (reproducción y cuidado de los hijos) no tenían posibilidad alguna de ser ciudadanas, considerando su completa dependencia del hombre en todos los aspectos (Heather, 2007; Horrach, 2009).

Esta situación se propagó en los siglos venideros por lo que “las sociedades de finales del siglo XIX y principios del XX en Occidente basaron sus concepciones sobre los derechos políticos en consideraciones de sexo. Los hombres mandaban en la sociedad y las mujeres en el hogar” (García [ed.],  2004: 11). A partir de mediados del siglo XX, la mujer comienza a conquistar una posición más cívica e igualitaria en el mundo, y ahí el derecho a voto. Según Amelia Valcárcel (2009), la trayectoria de los logros de la mujer en cuanto ciudadana se pueden explicar en tres grandes etapas, la llamadas olas del feminismofeminismo ilustrado; feminismo liberal-sufragista y feminismo contemporáneo.

La primera ola – el feminismo ilustrado – surge en el contexto delSiglo de las Luces, desde el barroco hasta la Revolución Francesa. Sin embargo, la doctrina del contrato social del período ilustrado, que tenía por objeto la igualdad de derechos para todos los hombres y a Rousseau como uno de sus teóricos principales, no incluía a las mujeres como parte del pueblo soberano en la Declaración de los Derechos del Hombre. Por lo cual, se puede personalizar en la figura de Rousseau junto con otros pensadores de la época, esta exclusión inicial, al establecer la desigualdad natural existente entre hombres y mujeres en la función de la división sexual del trabajo. Rousseau lo evidencia en su en su texto el Emilio o de la Educación, señalando “todo lo que tiende a generalizar las ideas no es propio de las mujeres” (Rousseau citado En: Maquieira y Beltrán [eds], 2001:45).  El feminismo nace, por lo tanto, como una manera de reivindicar la inclusión de las mujeres en los principios universalistas que tanto propagaban los ilustrados: la universalidad de la razón, la emancipación de los prejuicios, la aplicación del principio de igualdad y la idea de progreso. Para Valcárcel (2009), por primera vez el feminismo había conseguido formular en clave política sus demandas, suponiendo “la variación del marco conceptual que hizo posible proseguir la argumentación” (p.76).

La segunda ola del feminismo – liberal sufragista – está inserta en el período desde el manifiesto de Seneca (1848) hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. La Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, en 1848, se produjo en Estados Unidos y se basó en la Declaración de Independencia de las trece colonias. En ella, se incluían dos grandes apartados: la exigencia para alcanzar la ciudadanía civil para las mujeres y los principios que deberían cambiar las costumbres y la moral (Sánchez, 2001). Pero lo que de hecho impulsó la conquista del sufragio femenino fue el legado de las dos grandes guerras mundiales, momento en que el rol de la mujer fue protagónico y quedo clara la capacidad que tenían de mantener en marcha un país.  Fundamental en esta etapa es el liderazgo del movimiento sufragista, al demandar y lograr el reconocimiento de derechos políticos específicos, como el reconocimiento de la ciudadanía de las mujeres reflejado en el derecho al voto, además de los derechos educativos y mejores posiciones laborales. El primer país en permitir el voto femenino fue Nueva Zelanda, en 1893; Estados Unidos lo reconoció en 1920, España en 1933, Chile en 1949, Colombia en 1954, y el último, Suiza en 1971.

En la década de los sesenta surgirá la tercera ola – feminismo contemporáneo –  que se extenderá hasta hoy. De acuerdo a Álvarez (2001), la discusión actual y los objetivos de esta fase giran en torno a nuevos temas de debate, nuevos valores sociales y una nueva forma de autopercepción de las mujeres. Hace hincapié en las contradicciones de un sistema social que tiene su legitimación en la universalidad de sus principios pero que, en realidad, es sexista, racista, clasista e imperialista. Bastante citado en este período fue el lema “lo personal es político”, que quería llamar la atención sobre los conflictos y problemas que las mujeres enfrentaban en el ámbito privado. Otros importantes retos de esta tercera etapa estuvieron relacionados con la revolución de la moral, las costumbres y los modales, como las nuevas libertades sexuales de las mujeres “liberadas”.  En los años 70, el principal diagnóstico de la tercera ola del feminismo fue que el orden patriarcal se mantenía incólume, es decir, se perpetuaba la jerarquía masculina organizacional tanto en el ámbito empresarial como en el público, el llamado “techo de cristal”. Aunque hubieran adquirido derechos educacionales y políticos, las mujeres no habían alcanzado una situación paritaria en cuanto a la de los varones. Es justamente para evitar el “techo de cristal” que el feminismo de los finales de los años 80 e inicio de los 90 reclamó su visibilidad mediante el sistema de cuotas y la paridad por medio de la “discriminación positiva”. Fuertemente presente en las sociedades democráticas de hoy, las acciones afirmativas permiten conceder un punto de partida en igualdad de condiciones, garantizando la presencia y mejor trato de las mujeres discriminadas.

Al revisar la evolución de las olas del feminismo, se puede comprender lo lenta que fue la obtención de los derechos de ciudadanía para las mujeres y todas las dificultades que debieron enfrentar en el camino a ella. En la teoría política, actualmente, la descripción general más aceptada al referirse al concepto de ciudadanía es la entregada en Ciudadanía y Clase Social por T. H. Marshall en 1950 definiendo “ciudadanía como estatus legal que garantiza derechos civiles, políticos y sociales”Por tanto, la ciudadanía consiste esencialmente en asegurar que cada cual sea tratado como un miembro pleno de la sociedad de iguales. La manera de asegurar este tipo de pertenencia consiste en otorgar a los individuos un número creciente de derechos de ciudadanía. Marshall establece que los derechos de ciudadanía están conformados por los derechos civiles, que son los necesarios para la libertad individual; los derechos políticos, vinculados a la participación política y los derechos sociales, que implican no solo el derecho a un mínimo de seguridad económica, sino que también derechos de mayor alcance, esto es vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estándares predominantes en la sociedad. De esta forma, con el reconocimiento los derechos sociales al ciudadano, se alcanzaba la última fase de evolución de la ciudadanía, considerando esto como pertenencia plena a una comunidad y consecuentemente, de ciudadanía plena.

A partir de los rasgos comunes y la concepción liberal de ciudadanía de T. H. Marshall, se evidencia que las mujeres han estado ausentes en esos espacios e invisibles en el debate y la construcción democrática, al no tener influencia en las decisiones públicas ni poder y capacidad de decisión en los espacios públicos, consecuentemente, excluidas de toda posibilidad de acceder a los derechos de ciudadanía, como se revisó en las olas del feminismo.  De esta forma, cualquiera que sea la perspectiva desde la cual se aborde, la ciudadanía remite a un conjunto de derechos y responsabilidades de los individuos (en masculino, puesto que así es consagrado en la práctica y en la teoría) reconocidos socialmente y regulados por un orden político institucional (Molina citada En: Correa y Noé [eds.], 1998).

Ana María Gutiérrez Ibacache, académica de la Universidad Central de Chile

Fuente: http://politicacritica.com