Por Fernando Cortés, académico y director del Magister en Gerencia y Gestión de Salud de la U.Central Región de Coquimbo.
Mientras la autoridad sanitaria anunciaba una reducción en los tiempos de espera, medida en términos de medianas y promedios, salían a la luz informes de irregularidades en hospitales públicos donde se hablaba de la posible eliminación de listas de espera para pacientes vulnerables. Entre las explicaciones estaban errores de digitación, duplicación de interconsultas o ausencias de los usuarios a las citas. Sea cual sea la razón, existe un imperativo ético, deontológico y legal para gestionar con responsabilidad la salud de quienes dependen del sistema público.
El sistema de salud chileno enfrenta desafíos complejos que ponen a prueba no solo su infraestructura y recursos, sino también los principios bioéticos que deben guiar la relación entre el personal sanitario y los usuarios. La bioética no es un concepto abstracto; es el cimiento sobre el cual se construyen decisiones que impactan la vida y el bienestar de las personas, sus familias y comunidades. En un contexto marcado por la inequidad y las dificultades de acceso, la bioética se convierte en una necesidad imperiosa.
La inequidad en el acceso a la atención sanitaria es uno de los grandes desafíos del sistema. Aunque se ha avanzado en cobertura, la calidad sigue siendo desigual entre los sectores público y privado. Esta brecha no es solo un problema técnico o administrativo; es esencialmente una cuestión ética. La salud es un derecho humano fundamental, y cualquier sistema que no logre garantizar un acceso equitativo está fallando en su deber moral.
Además, la relación entre los profesionales de salud y los pacientes debe basarse en un cuidado integral y de calidad, apoyado en la evidencia científica, el respeto mutuo, la empatía, la justicia y la autonomía del paciente. Sin embargo, en la práctica, estas relaciones suelen verse afectadas por las presiones del sistema, donde el personal enfrenta listas de espera interminables y recursos escasos. Este contexto desafiante puede llevar a decisiones apresuradas, donde la cantidad de atenciones supera a la calidad, generando incentivos perversos que desvían la atención de la salud y calidad de vida de las personas para centrarse en números. Aquí, el “deber ser” del profesional y las autoridades de salud debe guiar sus acciones, recordando que cada paciente es un individuo con derechos y dignidad.
La transparencia y la justicia en la asignación de recursos son también pilares de la ética en salud. En un país donde los recursos son limitados, es fundamental que las decisiones sobre su distribución se realicen de manera justa y equitativa. Esto exige políticas claras y criterios bien definidos que prioricen a los más vulnerables y que, además, sean transparentes para toda la sociedad y fiscalizados con rigor. En un contexto donde cada vez se cuestionan más las acciones de muchas organizaciones en el uso de recursos del Estado, la ética en la administración de estos recursos se vuelve esencial.
En conclusión, recordar y aplicar los principios de la bioética no es un lujo ni un complemento opcional; es una necesidad urgente para las autoridades, instituciones y profesionales de la salud. Solo mediante un compromiso ético firme podremos construir un sistema que responda a las necesidades de todas las personas, sin importar su condición social. En un país que aspira a la justicia y al desarrollo, la ética debe ser el núcleo del sistema de salud.