Lunes 13 de Noviembre de 2017
El primero es el cambio desde el escepticismo ante las capacidades de los postulantes a una visión de disminución de barreras y optimista de sus desempeños. El segundo, haber escuchado las demandas de los aspirantes. Tercero, haber implementado operativamente apoyos concretos para facilitar el acceso universal a todos los que se inscriben a dar este certamen. Sin embargo, es necesario plantearse una interrogante fundamental previa. Es legítimo plantearse si la PSU no es en sí misma un instrumento que, sin pretenderlo tal vez, realiza un proceso de exclusión hacia la Educación Superior. Se publicita a los mejores puntajes, se establecen puntajes de corte para acceder a las diferentes carreras, pero no se dice que una gran cantidad de personas no han sido seleccionadas para entrar a estas universidades, pues se considera que no tienen habilidades para ello. Entonces se procede a endosar al sistema educacional la responsabilidad por el no éxito de esos aspirantes y la PSU mantiene su estatus de instrumento cortante de alta eficacia. ¿Y adónde se nos fue la inclusión en ese proceso?
Necesitamos un instrumento para medir habilidades, pero que eso no implique excluir, sino diferenciar procesos y apoyos según niveles y necesidades. Inclusive, tal vez la universidad podría comenzar antes, en 3° medio, como un propedéutico o instancia de nivelación y orientación vocacional hacia la universidad, incluso con asistencia a actividades y asignaturas universitarias. Así como existe la pre-aprobación en muchos procesos y servicios, ¿Por qué no podría existir una pre-aprobación para ingresar a una carrera?, ¿Por qué todo debe resolverse en un solo evento estresante que deja fuera muchas capacidades blandas, de interacción social y liderazgo de los jóvenes?, ¿Por qué no mutar desde la PSU hacia un proceso de acompañamiento, de cultivo de habilidades y de discernimiento en los jóvenes? Si esto fuera así, veríamos que tanto el acceso a la educación superior, como la permanencia y la consecución de una carrera serían las etapas de un proceso extenso en el tiempo, pero coherente con la inclusión. Y las personas con o sin discapacidad, no tendrían que enfrentarse a barreras tan difíciles de superar. Si apoyamos a los jóvenes: todos pueden. Si no los ayudamos: solo algunos pueden.
Pero esos cambios requieren nuevas creencias y significados en torno a la educación, cambios que atañen a los mismos ciudadanos, a los encargados de generar las políticas educativas y de las casas de estudios. Dejar de concebir a la Universidad como una honorable señora, severa y tradicionalista que excluye, para concebirla como una maestra joven, que acoge, dinamiza y cultiva vidas, más inclusiva.
Marietta Pizarro
Académica Universidad Central sede La Serena