El cambio climático, la extinción masiva de especies, e incluso las pandemias, son sólo algunas muestras del crítico estado de la naturaleza, pretender considerarnos ajenos a ella y tratarla como un mero recurso, no sólo es irresponsable, es también inmoral. Es privar a las próximas generaciones la posibilidad de satisfacer sus necesidades más elementales, es comprometer la estabilidad de los ecosistemas, la sobrevivencia de gran parte de las especies, y es seguir desconociendo que hay otros animales que también sufren, que ven destruidos sus hogares, que son tratados como cuerpos de una gran maquinaria de producción, que soncazados, torturados y exterminados.
Aunque el desarrollo tecnológico nos ha traído inmensos beneficios, también nos aparta de la naturaleza y propicia la negación de nuestra propia animalidad. Así, nos distraemos con pantallas colmadas de realidades distorsionadas o “con filtro”, evitamos ver los múltiples efectos que tiene nuestro modelo de desarrollo en los ecosistemas y, a nivel personal, no logramos dimensionar las consecuencias de decisiones tan cotidianas, como lo que elegimos comprar, usar, o comer.
Somos responsables de asegurar a las futuras generaciones un planeta sano y lleno de vida, pero también tenemos la oportunidad y el deber ético de crear una sociedad más justa, respetuosa con la naturaleza y los demás animales, a quienes podamos reconocer como un otro, que vive, que siente, que importa.
Una Constitución coherente con las necesidades planetarias, debe ser una Ecológica e Interespecie, que refleje nuestra interconexión e interdependencia con la naturaleza, basada en una relación de respeto y protección hacia las demás formas de vida, especialmente aquellas que sufren. Hoy, tenemos la oportunidad histórica de dotarnos de una Constitución de la que muchas generaciones puedan sentirse orgullosas a futuro, que sea un gran paso para encaminarnos hacia una sociedad realmente sostenible, respetuosa y justa.