Viernes 31 de Julio de 2020
Para autorizar o desautorizar al ministro Mañalich y al ministro actual (o autorizarse ellos y sus asesores para producir ciertas verdades que pueden ser cuestionadas) o, en las discusiones de alcaldes (as), académicos (as), periodistas; entre las y los honorables diputadas (o) de ambas cámaras, se ha escuchado flotando de manera apenas perceptible y a la pasada o intensamente y por días, la palabra epidemiología.
Una definición simple de ella es la que la asocia al estudio sistemático de la distribución de enfermedades y lesiones en poblaciones humanas. Como verán nada tiene que ver con la posibilidad de dar mediante ella una explicación integrada de las enfermedades infectocontagiosas por más que sea una palabra compuesta donde aparezca la palabra epidemia. No estamos en el siglo XIX.
La epidemiología es una de las subdisciplinas de la salud pública pues existen hace décadas y centurias, la Medicina Social, la Medicina Conductual, la Salud Comunitaria, la Demografía, la Geografía Humana, entre muchas otras que la sirven y sobre todo que la piensan y que crean a partir de esa ética y práctica un bienestar colectivo.
Ninguna voz autorizada puede dar cuenta de indicadores de enfermedad y muerte como un estudio epidemiológico pues un estudio tiene en este campo una enorme complejidad y un programa computacional es apenas un insumo básico sin pensamiento social alguno.
Con el nacimiento del Instituto Bacteriológico en los 20, las políticas públicas del gobierno del Frente Popular liderado por Pedro Aguirre Cerda en los 30 y, en particular con el nacimiento de la Escuela de Salud Pública en la Universidad de Chile en los 40 y la creación del Servicio Nacional de Salud (SNS) en los 50 y consecutivamente el desarrollo de una red asistencial y de seguridad social, Chile se colocó a la vanguardia mundial de la Salud Pública (la salud de la población) porque allí la “epidemiología” tenía estudiosos y actores políticos que la respetaban muchísimo (como a quienes valoraban el estado docente en Chile) porque ayuda a mostrar los territorios del sufrimiento humano y evitar esos modos de existencia y desprecio, como dimensión sustantiva o valórica de las acciones de los estudiosos y profesionales de la salud y de las ciencias humanas y jurídicas orientados al servicio público para el desarrollo y la calidad de vida.
Georg Unger, académico de la carrera de Psicología UCEN