Martes 3 de Octubre de 2023
Por María Teresa del Río, Investigadora área psicología, Instituto de Investigación y Postgrados, FAMEDSA
Recordando la historia reciente de la humanidad, y a propósito de que en el mes de octubre se celebra el día mundial de la salud mental, es preciso tener presente que uno de los efectos de la pandemia de COVID-19 ha sido el enorme costo que ha supuesto para la salud mental de las personas. No sólo por la tensión de la pandemia en sí, sino también por las consecuencias que han aparecido luego de conocer el dolor por la pérdida del ser querido, el sufrimiento por el familiar enfermo y el largo período de aislamiento.
Un dato no menor es que las tasas de trastornos como depresión, estrés y ansiedad, aumentaron en un 25% durante el primer año de la pandemia, sumándose a los casi 1000 millones de personas que ya sufren algún trastorno mental (OMS, 2022).
Bertolote (2008) afirma que la salud mental, más que una disciplina científica, es un movimiento político e ideológico que involucra a diversos sectores de la sociedad, interesados en promover los derechos humanos de las personas con trastornos mentales y la calidad de su tratamiento.
Tener salud mental va más allá. Es una condición, sometida a fluctuaciones debido a factores biológicos y sociales según la OMS. Es un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad. Es parte fundamental de la salud y el bienestar que sustentemos nuestras capacidades individuales y colectivas para tomar decisiones, establecer relaciones y dar forma al mundo en el que vivimos.
La salud mental es, además, un derecho humano fundamental. Y un elemento esencial para el desarrollo personal, comunitario y socioeconómico. Se debería pensar que la salud mental es la combinación de muchos factores presentes en nuestras vidas, día a día. Esto significa que los riesgos de salud mental están presentes a diario, muchos de ellos lejanos a nuestro control, como la pandemia sufrida recientemente. Las relaciones comunitarias, sociales, familiares nos sostienen en los desafíos del diario vivir. Es decir, la salud mental es pública, es asunto diario de todos y responsabilidad de todos.
La definición actual de Salud Mental señala que las personas deberían realizar tareas vitales para estar en un estado de bienestar, siendo éste entendido como una condición de relativa estabilidad para dar forma al mundo que vivimos. Deberíamos poder hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas nuestras habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente, contribuir a la mejora de su comunidad, tener capacidades individuales y colectivas para tomar decisiones y establecer relaciones satisfactorias.
Al leer las declaraciones de la OMS, queda claro que abordar aquello, obtener el deseado equilibrio y poseer bienestar en nuestras vidas, parece una tarea ardua y no posible de realizar para muchos. De tomar en cuenta lo investigado por la OMS ,la salud mental es bio-psico-social. Los eventos en nuestras vidas que sobrepasan la tolerancia al estrés, ya sea por su naturaleza, cronicidad y duración, afectan las funciones cognitivas y el equilibrio afectivo, dejándonos en una posición de fragilidad.
No existe una respuesta definitiva a los atentados a la Salud Mental. Los grandes esfuerzos realizados han mejorado muchas vidas, quedando mucho más por hacer. Se requieren enormes recursos económicos, experticia de los profesionales y la dedicación de muchas personas y organizaciones. Me atrevería a señalar que mirar y escuchar a nuestros cercanos, colegas, personas de nuestras comunidades ayuda, ya que permite aunar esfuerzos cuando hay necesidad. No sentirse solo y aislado es el primer paso hacia la salud mental.