Viernes 16 de Junio de 2017
Por Sergio Landaeta, psicólogo, académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Chile.
En la actualidad, resultados de estudios del CEP, PNUD y otros, muestran que en los jóvenes se han acrecentado paradojas sociales y ellos mayoritariamente sienten tranquilidad en el futuro pero se muestran inquietos y molestos. Se observa que están bastante disconformes, intentando adaptarse, pero por sobre todo están descontentos con las instituciones. Surge la pregunta y la necesidad de plantear qué rol juega y/o debe jugar la educación en esta realidad.
El impacto que provoca la persona del educador es evidente. Basta con preguntar a cualquier persona si recuerda el nombre de algún líder internacional, como, por ejemplo, el último Premio Nobel de la Paz. Esto no ocurre cuando se le pregunta por el nombre y la figura de un buen educador en su vida o por uno deficiente. El impacto que éste tuvo y tiene en su desarrollo personal, social y profesional marca la diferencia de la educación en todo tiempo y lugar.
Con un fuerte convencimiento de que la educación continúa siendo un pilar fundamental tanto de los derechos humanos, como del desarrollo sostenible es imperativo repensar líneas de acción y aterrizaje para esta realidad que puede denominarse, siguiendo a Carlos Peña, como “nueva cuestión social”.
Peña nos plantea tres dimensiones relevantes a considerar como parte del contexto: la primera se refiere a las nuevas generaciones; la segunda es relativa a las características propias de la ideología del mercado; y la tercera se relaciona con las expectativas que se generan precisamente a partir de esta ideología.
Estas nuevas generaciones, que han tenido acceso a la educación formal, por lo que al ser más educada, tienden a mostrar características y comportamientos de mayor autonomía y menos docilidad.
Al mismo tiempo se orientan y persiguen conducir sus proyectos y metas con mayor ahínco, conocimientos y competencia. Por lo mismo tienden a reaccionar con mayor convicción frente a las realidades de desigualdad, siendo una de ellas en forma notable la sensación de abandono personal y falta de lazos o vínculos. Esto se desprende precisamente por el atractivo avance de las nuevas tecnologías que responden a criterios y leyes del mercado.
Aquí radica precisamente el reto y desafío de la educación. Que se oriente como pilar central al desarrollo de personas con visión de futuro, energía y motivación. Desde aquí deben emerger planes curriculares capaces de ofrecer espacios y metodologías inundadas en ciertas dimensiones y cualidades, que permitirá a las nuevas generaciones; desplegar selectivamente sus debilidades, establecer nexos y mecanismos que dependen, en gran medida de la intuición, discriminar el momento apropiado y el curso de acciones, desarrollar cada vez más y mejor "empatía dura" y aprender a capitalizar las diferencias.
Estas dimensiones, extremadamente necesarias, deben constituir una educación inspiradora, pero que no se pueden usar mecánicamente, ya que deben mezclarse y adaptarse para satisfacer demandas de situaciones particulares. Lo más importante, sin embargo, es que estas cualidades fomenten la autenticidad y que tenga como bandera de acción "Sé tú mismo - pero - con habilidad."