Emmanuel Todd escribió un libro con el título de esta columna: «La crétinisation des mieux éduqués est extraordinaire», en donde expone sus tesis acerca de la escisión social, ya no es la lucha de clases y ni siquiera la desigualdad, es la fractura que se ha producido en la educación, entre peores y mejores educados. Lo trágico es que tal quiebre amenaza con llevarse por delante a la democracia, al menos ese es su pronóstico para el caso europeo.
Para el historiador Emmanuel Todd, nuestra modernidad se parece a una intensa marcha hacia la servidumbre. Vivimos una fase decisiva dice, una confrontación fundada sobre las diferencias en la educación. Hasta hora la democracia descansa en un supuesto, el orden social requiere de la alfabetización de las masas y no sería tan necesario que hubieran tantos con educación superior. Este supuesto implica que todos, cualquiera sea su posición social –dominantes y dominados- han sido igualados al menos en ese rasgo: son capaces de darse cuenta y comprender cómo elegir cuando haya elecciones.
Pero en Francia el espíritu del mayo francés y en Chile los espíritus lucrador y antilucrador han propagado la idea de que los estudios emancipan y/o preparan para el éxito. Todd indica que en los países donde esto ha ocurrido, entre el 25 y el 50% de las generaciones jóvenes tienen título universitario, pero en la mayoría de los países esto comienza a detenerse. Esto le ha facilitado las cosas a la élite, un tercio de las sociedades para entendernos, que hoy está completamente titulada y el resto de la sociedad tiene educación básica. Ello se debe a que los diversos diplomas educativos no son de igual valor,
En la cima, la élite se reproduce, pues sus diplomas serán “mejorados” con mayor capital cultural, en los niveles inferiores pocos serán los que logren diplomas valiosos que certifiquen un saber de gran nivel y que podrían pasarse al estrato superior. Pero la mayoría tendrá certificados y diplomas devaluados, y como están carenciados del capital social necesario para desenvolverse con éxito en nuestras sociedades, se quedarán como con cuarto medio; si a ello se le suma la baja calidad de la educación a la que pueden acceder esos sectores, el título da lo mismo. En Chile hay un dilema nuevo: ¿qué importa más, un título otorgado por una entidad de calidad u otro otorgado por una entidad de estrato alto?
Todd no explica si en Francia los títulos son muy diferentes en prestigio, pero en nuestro país esa sí es una variable que fragmenta la sociedad. Un quiebre entre la élite sabia y el pueblo. La lucha de clases sociales fue reemplazada por la lucha entre clases educativas, clases que ahora son productos de la cantidad de saber que se disponga. En el caso Chile, la calidad de los diplomas está mucho más asociada a las clases que en Francia, ser rico no garantiza un buen diploma, pero buenas redes garantizarán un trabajo como si se lo tuviera; es decir, el capital cultural circula por medio de las clases.
Para Todd, los votos de la extrema derecha francesa, el Frente Nacional, o los que obtuvo Trump son el resultado de grupos con niveles educativos bajos o de mala calidad. Para Todd que es un liberal, la calidad educativa baja de las personas los hace votar por el proteccionismo, el libre intercambio de divisas y, en general, las fronteras abiertas. Su ejemplo son las tres potencias accidentales. El Brexit, la salida de Inglaterra de la Comunidad Europea fue porque las élites conservadoras tuvieron el voto popular, y esto no es populismo, pues no hay populismo de élites.
El triunfo de Trump. Para Todd, es el triunfo de las élites poco educadas ya que el Trump forma parte de la élite económica y la tensión que vivió el partido Republicano nunca amenazó con una ruptura. En Francia la candidata de derecha Marine Le Pen tiene un electorado poco educado, popular y obrero. “La disociación entre les clases sociales está al máximo y la ausencia de solidaridad entre los grupos sociales es típico de la disolución de una nación”.
El autor examina después a los otros candidatos presidenciales de la última elección presidencial francesa, especialmente a Mélenchon; pero intentemos aplicar su esquema a Chile.
En nuestro país lña comprensión lectora es baja, además que se lee poco, y la auditiva es peor, pues da la impresión que nadie entiende bien lo que escucha; en el ámbito político todos podemos recordar hechos insólitos, como aquel candidato que pedía a otro excusarse porque, escuchó él, había ofendido a su mujer. O como alguna diputada recién elegida que tiene una respuesta prefabricada, que dice medio malhumorada, para responder cualquier pregunta. O un antiguo senador que nunca contestó pregunta alguna, aunque le gustaba escuchar sus engoladas frases. Lo anterior pone en riesgo la democracia ya que la falta de comprensión es el nuevo analfabetismo en una sociedad con educación masiva.
Ya no hay analfabetos, pero es imposible un diálogo razonable, y lo anterior no necesariamente depende de que haya clases de educación cívica. Se sigue con la vieja y tan chilena costumbre de imitar lo extranjero y a sí tuvimos un copión de Emmanuel Macron, otro de Trump y unos que calcaban las frases y gestos de Podemos de España. Un discurso tremendista permitió un transclasismo en que iban del brazo modestos pentecostales con encopetados católicos de grupos de gente bien; señoras de población que defendieron la libertad de pagar por una mala educación con pujantes emprendedores, revolucionarios e izquierdistas varios con líderes de clases que no hacen revoluciones (según lo que se decía antes), no luchan por los derechos humanos (sólo por algunos de los neoderechos), no tienen historia y menos víctimas de alguna lucha. El candidato socialdemócrata fue presentado como Maduro o Kim (el de Corea del Norte). Y prácticamente todos se han vuelto unos predicadores que nos acusan de machistas, xenófobos, clasistas, racistas, heteronormativos, patriarcales, europeo-céntricos y a las mujeres convencionales de alienadas o mujeres objeto; puras palabras altisonantes.
Así que la confusión conceptual orientada por muchos, sumada a la baja calidad educativa, a un lenguaje cotidiano mínimo, sobre todo, con expresiones soeces, que no permiten pensar, el futuro de la democracia es complicado. Hablando de divisiones insalvables, de tergiversar todo hasta hacer el ridículo, de sostener que el país está polarizado entre un Guillier seguidor de Castro y un Piñera pinochetista estamos liquidados; sí porque estamos escogiendo entre puras falsedades.
Así sucedió con la República de Weimar, el gobierno alemán inmediatamente anterior a Hitler; súmesele otro elemento que en ese tiempo legitimó los campos de trabajo forzado: la delincuencia desbocada y la consecuente inseguridad permanente, campo fértil para los que desean un líder autoritario. Los autoritarismos de Europa occidental muestran que ni Salazar, Franco, Mussolini o Hitler fueron muy inteligentes; no era necesario.