Jueves 15 de Septiembre de 2016
La trabajadora o el trabajador que ha participado en la producción de una obra, bien o servicio, deja una parte de su ser en esa invención. La economía moderna nombra a esa cualidad como plus valor. Entonces, la propiedad sobre esa creación queda atada a ese factor originario que sólo es posible por el quehacer humano.
Esta cualidad funda el derecho de propiedad que no queda liberado por el pago del salario. Por el contrario, el Estado en representación de la comunidad, le debe a cada hombre y a cada mujer trabajadora una seguridad en la vida, contra la cesantía, la enfermedad, la vejez y la muerte.
Como la o el lector informado podrá advertir, el anterior parafraseo –así como el resto del escrito- nos remite al "Ensayo sobre el Don" (1971) del destacado sociólogo francés Marcel Mauss, mediante el cual buscó advertirnos que hay una moral distinta a la del mercader, la cual se construye en las interacciones de reciprocidad. Es por este factor que hay costumbres a las cuales todos nos sometemos, al menos en algunas épocas o en algunas ocasiones del año.
Mauss escribe: "Hay que devolver más de lo que se recibió [...] Puede afirmarse que una parte considerable de nuestro pueblo se comporta así constantemente, gastando sin medida cuando se trata de sus huéspedes, fiestas o aguinaldos [...] Cuando se hace una invitación ha de aceptarse. Esta costumbre está todavía vigente en nuestras corporaciones liberales".
Y en estos meses, donde hemos tomado conciencia de las consecuencias del funcionamiento de AFP, se ha hecho evidente que esta costumbre de reciprocidad entra en conflicto con la moral y "el derecho de los industriales y de los comerciantes", porque la convicción que asiste a las trabajadoras y los trabajadores, es que lo que ellos producen se revende sin que ellos se beneficien. Lo cual se ha vuelto más eficiente cuando sus obras ingresan al mundo del intercambio de las riquezas y se borra la autoría de sus creadores.
Es importante reconocer que es gracias a la reciprocidad, que nuestra sociedad ha transitado desde el diagnóstico sobre la existencia paupérrima de nuestros antecesores: abuelos, madres, padres, tíos y vecinos, hacia la reflexión sobre la propiedad de la obra común, llámese: pueblo, país, nación o patria chilena.
En resumidas cuentas, la angustia familiar de la conversación que busca resolver el acceso a la salud para nuestros antecesores, más aun cuando sufren una enfermedad terminal, ha permitido que las calles de las capitales regionales de Chile, se llenen de gentes con y sin banderas políticas, con y sin creencias religiosas.
Estas multitudes se han dado cuenta de la carga material y moral que está en sus hombros, porque si bien su participación es libre y gratuita, al mismo tiempo, se ven obligadas a devolver lo que recibieron como herencia.
Los chilenos nos hemos convencido que llegamos a un momento crucial para optar por uno de los siguientes caminos. Por un lado, damos pasos apresurados para refrendar el contrato que nos obliga a devolver lo que nos ha sido entregado como "prestación"; o, por otro lado, rompemos ese contrato, nos aprovechamos del esfuerzo colectivo de nuestros abuelos y abuelas, y perdemos para siempre las fuentes de nuestra autoridad moral, o sea: el honor y el prestigio.
Optar por el primer camino, ateniéndonos al ensayo de Mauss, tiene otras consecuencias. Por ejemplo, se crearía en cada habitante de esta comunidad unos sentimientos más puros, el de la caridad, de servicio social y el de solidaridad, así el interés de devolver lo que se ha recibido se ubicaría como motivo dominante. También volvería una preocupación por el individuo, por su vida, su salud, su educación y por el provenir de su familia.
En otros términos, sería agregar a los contratos una buena dosis de sensibilidad y generosidad. "Esta revolución es saludable", concluye Mauss.