Lunes 12 de Junio de 2017
El periodo político en el cual nos encontramos las y los chilenos, signado por los últimos meses del gobierno de la presidenta Michelle Bachelet y en pleno despliegue de las campañas presidenciales del Frente Amplio y Chile Vamos, nos invita a preguntar por las propuestas que ofrecen estos dos proyectos de país.
Es indudable que nuestro interés por esas pistas recorrerá un conjunto más o menos grueso de críticas a la gestión del gobierno que finaliza su periodo. Pero, ¿cuánto podremos saber de las nuevas soluciones para corregir lo que se indica como incorrecto o defectuoso?
En el ámbito económico, que es donde nos concentramos en este comentario, es factible sostener que Chile Vamos apostará por un discurso cuyo horizonte será el pleno empleo y acometerá sin detallar el tipo de plaza laboral que crearían; o sea, posiblemente no tengamos certezas sobre si serán productivas, gozarán de una jornada de ocho horas o reportarán un salario digno, dos sueldos mínimos al menos.
Por su parte, el Frente Amplio apostará por clausurar las reglas que facilitan la precariedad de las plazas laborales que actualmente organizan el mercado de trabajo asalariado. Nótese que es crudo el panorama de este mercado en el medio rural agroindustrial. También insistirán por aumentar la participación de las y los trabajadores en la negociación de los salarios, porque así es como en las sociedades normales se reduce la desigualdad que hoy caracteriza a Chile.
Y si bien todos estos asuntos son de interés nacional, quedo inquieto al no observar en las actuales candidaturas una mirada que avale o critique otros modelos económicos. Y aquí como no recordar esa pregunta que me tocó hacer en el CENSO de 2017, sobre si las mujeres trabajan o no, cuando están en sus casas.
La respuesta fue siempre igual, claro que sí, por supuestos que sí. Pero la encuesta usada, un símil de nuestro patrón económico, impidió registrar ese incalculable aporte. Amartya Sen, premio Nobel en Ciencias Económicas en 1998, nos enseñó en un estudio que hizo en África a fines de la década del ochenta del siglo pasado, que la economía formal y moderna, la capitalista, era un parasito de las economías domésticas, especialmente de la economía familiar campesina, comunitaria indígena y de la popular urbana.
Cierro este asunto subrayando que las y los chilenos, nos ponemos en pie cada día gracias a las economías invisibles. Posiblemente porque estamos habituados a trabajar en más de un lugar para llegar a fin de mes con el sustento, también porque logramos el ocio y el esparcimiento en organizaciones sin fines de lucro, también porque nos sentimos parte de un NOSOTROS, cuando damos un “aporte” para que el vecino asista al hospital y nos quedamos tranquilos porque esa mano volverá cuando la necesitemos.
Estimadas candidatas y candidatos, ¿hay otros modelos económicos? La respuesta es evidente. En Chile y Latinoamérica se despliegan cuatro formas económicas al menos, dos de ellas privilegiadas: la economía pública y la economía de las empresas privadas capitalistas; y otras que han ayudado a los y las trabajadoras desde que hay uso de la razón: la cooperativa y la de trabajo y solidaridad, ¿cuánto hay en sus propuestas de sociedad y de gobierno sobre estas economías?, o, si se quiere, ¿cómo ustedes las fomentarán desde la División de Asociatividad y Economía Social del Ministerio de Economía, Fomento y Turismo de nuestra república.