Viernes 11 de Mayo de 2018
Por Dr. Emilio Torres Rojas, Director Escuela de Sociología, Universidad Central de Chile. Intervención con motivo de la reunión del consejo de la transparencia, La Serena, 26 de abril de 2018
El objeto de la sociología que se centra en el estudio de la sociedad moderna, donde nada es lo que parece, constituye parte de las nuestras primeras enseñanzas como sociólogos. Junto a nuestros hermanos de leche aprendemos a beber el elixir embriagador de la sospecha.
Evidentemente a nuestro parecer, la temática de la transparencia tiene directa relación, tanto con la sociedad moderna, como con la sospecha, donde encuentra un clima propicio para su propagación.
El contexto donde se despliega la propuesta de la transparencia, en la actualidad posee algunos rasgos que nos gustaría subrayar.
En primer lugar, el carácter contingente del acontecer social como nos advierte la teoría de sistemas. Es decir, algo es contingente cuando siempre puede ser de otra forma y nunca es necesario o inevitable. La sociedad es actualmente altamente contingente, porque no podemos vaticinar el mañana abriéndose múltiples futuros y porque existe una multiplicidad de observadores, cada uno con perspectivas distintas en un marco altamente diferenciado y que ejercen distinciones basadas en sus propias premisas.
Parte del cuestionamiento a las instituciones deriva de este problema creciente, donde la sospecha se instala en las diversas miradas de actores individuales y colectivos, ante la imposibilidad actual de generalizar relatos políticos, ideológicos o valóricos que posean un carácter unificador.
Otro contexto relevante, es el crecimiento de la individuación, que profundiza los déficit de identificación institucional y normativa, cuestión que ocurre a nivel global, pero agudizado por los rasgos culturales latinoamericanos donde desde la Colonia la norma de “se acata pero no se cumple”, pasa a ser un rasgo identitario y persistente en nuestros países.
Pero la contingencia no posee sólo un lado negativo. Un aspecto favorable, su otra cara, es una conciencia generalizada, una inflación de expectativas dirían algunos, respecto de mayores exigencias de transparencia a todo nivel. En este aspecto la contingencia se reduce ante dicho consenso y se abren posibilidades de nuevos acuerdos colectivos.
La sociología nos enseña que existe una estrecha relación entre las expectativas de información que se espera sean verídicas y transparentes y el incremento de la confianza. La confianza es un logro improbable en las relaciones sociales, pero absolutamente necesaria para seguir reproduciendo el acontecer social dentro de márgenes aceptables, pacíficos y democráticos, en sociedades que aspiran a mayor cohesión y que respetan la diversidad.
De lo contrario, la confianza -que siempre constituye una apuesta realizada desde el presente- ya sea que se confirme o defraude en el futuro (por la contingencia), no será improbable sino que imposible. Así la actividad económica, política o las relaciones sociales, no pueden ser articuladas mediante puros resguardos formales y contratos. La vida social se tornaría inviable sin espacios de confianza, donde generamos una expectativa hacia otras personas, grupos o instituciones. Ambientes saturados de desconfianza se tornan en puro riesgo, peligro y miedo es decir: el terror descrito por Hobbes, que solo podría controlar autoritariamente el Leviathán o el Estado absoluto.
Buscar fórmulas más humanas donde la transparencia se constituya en parte de los supuestos básicos de la convivencia y las interacciones para continuar reproduciendo mayor confianza y no mayor temor y riesgos, imposibles de eliminar mediante gastos infinitos en resguardos (seguros contra todo) se tornan hoy en un enorme desafío.
Pero este sueño no está asegurado, también es contingente, nada garantiza que se cumpla, dependerá de lo que hagamos en el presente.
Multiplicar encuentros de reflexión en distintos niveles entre la sociedad civil, el Estado y sector privado serían instancias esperanzadoras que en el pasado no existían, pues la confianza no emergía como tema relevante y el aumento de la desconfianza no se había transformado en un problema social.
Diálogos donde convergen distintos puntos de vista, posiciones e intereses pero con un mismo propósito colectivo, que busca transparentar todo aquello que legítimamente una comunidad de actores decida deliberadamente comprometer, constituyen compromisos y espacios sociales nuevos, que estamos recién comenzando a construir y que poseen aún límites difusos.
Pues tampoco es posible esperar, como nos advierte ese clásico de la sociología Georg Simmel, un mundo social sin secretos. La vida social es verdad y mentira, transparencia y secreto.
El problema es que el espacio de ocultamiento ha crecido como nunca antes, asociado a intereses individualistas y egoístas, con escaso compromiso social y valórico.
Marcel Mauss, un destacado discípulo de Durkheim, plantea que en las sociedades arcaicas el llamado “DON”, es decir, la aceptación de regalos y su posterior retribución por parte de personas no parientes, constituía el principal mecanismo de reciprocidad y por tanto de solidaridad social e integración.
Hoy en la sociedad de la información o modernidad avanzada, la transparencia podría constituir un nuevo DON social. El mayor regalo que pueden hacerse grupos, instituciones y organizaciones entre sí. Pues si bien es un acto que se realiza voluntariamente hacia la sociedad, espera sin embargo, una retribución, es decir más transparencia por parte de los otros. Ello podría aumentar la confianza en distintos niveles y hacer más probable la anhelada cohesión social.