Lunes 25 de Junio de 2018
Por Ana María Zlachevsky, psicóloga, Decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Chile.
Muchas personas que saben que fui feminista se han acercado a preguntarme sobre cómo pueden entender dicho movimiento. Indudablemente, no es fácil de explicar. En especial cuando digo que no se trata de un partido político; tampoco es una organización profesional u otra forma de estructura social o política conocida. Ello, dado que el movimiento no tiene una estructura estable, jerárquica, patriarcal y androcéntrica, como las que estamos acostumbrados a ver. Por el contrario, se trata de un movimiento socio-cultural que clama por lo inclusivo y que va en contra de las prácticas que estamos acostumbrados a presenciar.
El movimiento feminista es novedoso. Está, conformado por muchos grupos distintos, en edades, roles, nacionalidades, orientaciones sexuales, escolaridad, acceso a los medios económicos y otros. Lo que une a sus integrantes es el rechazo a la sociedad patriarcal y a la posición secundaria en la que hemos estado las mujeres por siglos. Los grupos feministas incluyen propuestas distintas en diferentes áreas, incluso en la propia concepción de cómo debe entenderse el feminismo.
Lo interesante es que estos grupos de mujeres, y algunos hombres, se han negado a aceptar que su forma de coordinarse se tiña de la institucionalidad tradicional, donde la jerarquía y el poder se estructuran de una cierta manera, con los distintos bemoles que conocemos. Hoy las mujeres se rebelan a ello y proponen una nueva forma de organización social; un formato donde todas y todos podamos tener voz y voto, donde las distintas ideas de cómo deberíamos enfrentar los problemas sociales sean escuchadas.
Cuando nos detenemos a conversar con ellas nos sorprenden. Me decía una joven feminista:"no queremos que los órganos de poder habituales que ustedes instauraron nos tiñan y se apoderen de nuestro movimiento, ya que esa forma de ejercer el poder tiende a burocratizarse con el tiempo y se crea una gran diferencia entre dirigentas y bases". Por ello, en el movimiento feminista de hoy no hay dirigentas o dirigentes únicas(os), e intenta que tampoco existan líderes que se arroguen el derecho de representación. Así, se rotan las vocerías y se permite que en la asamblea todas y todos sean escuchadas y escuchados, aun cuando deban vencer el cansancio y estar conversando hasta altas horas de la madrugada.
De ahí surge la idea de coordinación, en lugar de organización estructurada. Lo que quieren garantizar es una forma de trabajo colaborativo en que los diferentes grupos o personas que se sienten vinculados al movimiento se escuchen y respeten mutuamente. Que todos los requerimientos que las mujeres u hombres planteen puedan ser asumidos por los demás a partir del concepto de respeto por el otro.
Esta invitación no es fácil de practicar, en especial para quienes nos hemos socializado en un mundo machista, androcéntrico y patriarcal. Pero, si aceptáramos el llamado de las jóvenes feministas de hoy, tal vez podríamos lograr construir una sociedad realmente democrática, al estilo de la polis griega, en que todos los ciudadanos —y esta vez las ciudadanas—, seamos escuchados y escuchadas. Una sociedad en que todas y todos tengamos voz. Indudablemente, es una tarea de muy largo aliento, pero - ¡qué duda cabe!- es una acción social transformadora en la que en lugar de las armas y la violencia está el recurso de la palabra, el diálogo y el respeto por la otra y el otro. Creo que no solo las debemos apoyar, sino reflexionar sobre este interesantísimo movimiento socio-cultural que hoy nos convoca a pensar nuestras sociedades e incluir en ellas nuevas prácticas sociales donde la igualdad de derechos sea la tónica.