Martes 22 de Mayo de 2018
Ana María Zlachevsky, psicóloga, Decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Chile.
Estamos viviendo una época que jamás imaginé presenciaría. Las mujeres, en especial las jóvenes chilenas, se tomaron las calles diciendo ¡se acabó! ¡basta! al trato desigualitario y a la falta de respeto con la mujer. Desde que Dios habría establecido un pacto con Abraham dando origen a la cultura judeocristiana, hace 5778 años, del calendario hebreo, hemos vivido las mujeres, siendo lo que Beauvoir en 1949, llamó "el segundo sexo". Las jovenes chilenas de hoy no sólo dicen basta y salen a las calles a luchar por sus derechos, sino que exigen igualdad.
Indudablemente, en este contexto de efervecencia juvenil me surge en la memoria otro movimiento que encabezamos las y los jovenes universitarios (as) durante la segunda mitad de los años sesenta.
En esa época, el sistema universitario chileno —que estaba compuesto por ocho universidades—, experimentó un profundo y extenso cambio. El lienzo ubicado en el frontis de la Universidad Católica, en la Alameda, en el que se decía "El Mercurio miente", es un símbolo que quienes lo presenciamos jamás olvidaremos. Esa época de efervescencia estudiantil, de movimientos de distinta índole, culminó en el mundo universitario, con la reforma. Dicha reforma modificó sustancialmente la forma de gobierno de las universidades. Estableció una nueva forma de administración del poder, centrado en la participación tripartita de toda la comunidad universitaria para la gestión de las distintas casas de estudio. Entre 1967 y 1968 las ocho universidades chilenas se encontraron desafiadas a tener que modificar su forma de gobierno considerando los lineamientos planteados por la mencionada reforma. Las juventudes universitarias de entonces, apoyadas por algunas(os) docentes, fuimos escuchadas. Nuestro movimiento era eco de los que pasaba en otros países y nos sentíamos identificados e identificadas con lo que se llamó mayo del 68 en París. Los y las jovenes cambiaríamos el mundo y las relaciones de poder existentes hasta entonces. No obstante, la utopía chilena tuvo su fin, que ni en las peores pesadillas habríamos imaginado: el golpe de estado del año 1973, que todos conocemos y que trajo a nuestro país una violencia inconcebible para nuestra nación.
Hoy estamos en un nuevo escenario, ha pasado mucha agua bajo el puente; no obstante, esta vez son las jovenes las que nos increpan y nos invitan al cambio.
¿Por qué queremos cambio? Porque las estructuras sociales y nuestra forma de relación no nos satisface. ¿Podríamos decir que estamos en crisis? Según Sánchez Vidal, "una crisis es una respuesta normal a una situación anormal". Pero, las mujeres ¿vivíamos nuestra situación de subordinación como anormal, o la terminamos naturalizando y diciendo, como afirma Bauman, es el "estado normal de la sociedad", así son las cosas? Incluso hoy escucho esas voces.
La reforma universitaria en Chile fue interrumpida de manera brusca, brutal y generalizada a toda la sociedad chilena. No solo tuvo consecuencias en el mundo universitario, sino que hizo desaparecer también la democracia, que murió el 11 de septiembre de 1973. La intervención militar en todas las universidades, el limpiar de docentes marxista a las distintas casas de estudio, y el eliminar un conjunto de programas universitarios, especialmente en el área de las ciencias sociales, tuvo y tiene consecuencias que aún persisten después de cincuenta años.
Estamos en un momento histórico, único, en el que tenemos la posibilidad de detenernos y tomar conciencia que podemos co-construir entre todos y todas un mundo en el que nos guste vivir, en el que todos tengamos cabida. Nuestras juventudes nos desafían a nuevas formas de relación, en la que la diversidad no solo sea aceptada, sino considerada y valorada. En el que exista un espacio relacional de consideración para cada uno de nosotras y nosotros, en nuestra calidad de personas, independiente de la situación económica, la raza o la orientación sexual. La diferencia es uno de los grandes recursos sociales, en tanto permite la complementariedad, la creatividad y la convergencia de formas distintas de pensar, vivir y convivir. Creo que tenemos mucho que aprender de nuestra juventud, maravillosamente impetuosa, pero, también del pasado. Estamos de cara a una gran oportunidad, la de ser actores y protagonistas en la construcción de nuevas formas de relación, sin violencia, con respeto y aceptación, pero con seriedad y sin tregua.
La tarea es compleja ya que debemos de-construir casi seis mil años de historia, de hábitos de comportamiento, de cotidianos oprimidos, de micro políticas de sumisión; pero, como dicen las jóvenes de hoy, "¡vamos, que se puede!" es un desafío estimulante que bien vale la pena vivir.