Jueves 1 de Junio de 2017
Columna de opinión del académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Públic, Kenneth Bunker
Pero esta evaluación parcial auto-complaciente no solo es engañosa, pero es errónea. Muchas de las promesas que se presentaron como cumplidas ni siquiera fueron reportadas hace un año como promesas. Lo anterior naturalmente sugiere que fueron improvisadas para artificialmente incrementar el porcentaje total de cumplimiento. Pero incluso si fueran consideradas como promesas, a juicio de algunos expertos, que se dedican a medir porcentajes de cumplimiento, el gobierno igualmente estuvo significativamente lejos de cumplir con cabalidad.
Este último punto es relevante, dado que para muchos el éxito de un gobierno se mide en el porcentaje de promesas cumplidas. Pero rara vez se ponderan las promesas por su importancia e impacto en la sociedad. Cumplir 50 promesas de proyectos de ley que pasan con mayoría simple, es bastante más fácil que cumplir dos promesas de proyectos de ley que solo pasan con quórum calificado. Esto parece ser lo que explica por qué Bachelet ignoró por completo algunas de sus promesas más emblemáticas.
Un ejemplo de un proyecto de ley que necesita quórum calificado, y es a su vez una promesa emblemática, es la promesa de una nueva Constitución. Si bien Bachelet mencionó que enviará un nuevo texto constitucional para ser aprobado en el Congreso antes de fin de año, aún quedan muchas dudas sobre cuál será el proceso, y qué tan ciudadano será si se hace por medio de una convención constituyente. Mencionar de forma tan breve y tangencial el proyecto más emblemático de su gobierno es por lo bajo lamentable.
Gran parte de la retórica de la campaña de Bachelet y la Nueva Mayoría en 2013 se hizo en base a una nueva Constitución. De hecho, la gran base de sus votantes la prefirieron a ella porque era el camino más seguro para conseguir ese texto. Hoy, en un contexto político completamente presidencializado, en el cual además el oficialismo se encuentra desintegrado, es seguro decir que esa es una de las promesas que no se cumplirá antes del final del cuatrienio. Sin duda un hecho que pone en duda la capacidad política del gobierno.
Quizás una buena alternativa, más que resumir logros y hacer promesas, habría sido usar la cuenta pública para diseñar una agenda de continuidad al legado de la Nueva Mayoría. En particular habría sido importante pasar el bastón progresista que sostiene la promesa de una nueva Constitución a un candidato que asegure la continuidad. Aunque Bachelet manifestó un tenue apoyo a la línea política progresista, fue una remembranza del poco apoyo que le entregó a Frei en 2009, y un presagio del poco apoyo que le entregará a Guillier en 2017.
Fue una cuenta pública hecha para los votantes de la Nueva Mayoría. Los logros y promesas contrastan bruscamente con los índices de aprobación. Muchos se preguntarán de qué sirven todos los índices y porcentajes presentados por la Presidenta si la gente no aprueba del trabajo del gobierno. En efecto, a ratos parecía que Bachelet entró al discurso sabiendo que una comparación rigurosa con sus promesas originales sería un fracaso, por lo cual decidió confundir a su audiencia con una larga lista de números desconetxtualizados.
Lo anterior no implica que el segundo gobierno de Bachelet es un mal gobierno–de hecho, ese balance solo se podrá hacer luego de que se bajen las cortinas en marzo de 2018 o incluso años después de eso. Pero lo que sí implica es que el gobierno tomó un rumbo distinto al propuesto en 2013. Todo indica que las grandes reformas ya ocurrieron, y lo que se hará en lo que queda del periodo serán solo reformitas. Quizás por eso habría sido mejor enfocarse más en la continuidad de sus promesas en el próximo gobierno que en celebrar victorias parciales.
Kenneth Bunker
Académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Central de Chile
Fuente: www.latercera.com