Martes 4 de Abril de 2017
Columna de opinión del académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública, Kenneth Bunker
Los objetivos del juego son varios. Primero, #ElectoralDeathMatch pretende servir como una forma de entretenimiento y distracción del rigor y seriedad que naturalmente conlleva la política. El simple hecho de tener que votar por una de dos personas abre espacio para un debate suelto y más creativo de lo que normalmente se vive. Dado que los candidatos de las duplas rara vez se enfrentarían en la realidad, el morbo de los usuarios de Twitter, y sobre todo de los votantes, tiende a alimentar un debate de fantasía que genera participación.
Otro objetivo del juego es detectar patrones políticos latentes dentro del mundo virtual. Dado que #ElectoralDeathMatch puede jugar con la fantasía—como poner a competir dos candidatos que en la realidad nunca se enfrentarían—puede especular con candidaturas ficticias. Esto permite, entre otras cosas medir el peso político de candidatos que no están en las encuestas de opinión pública. Hay que aclarar que el objetivo no es lanzar candidaturas, sino simplemente detectar fibras populares que difícilmente se podrían detectar de otra manera.
Un tercer objetivo es la puesta en marcha de un ejercicio cívico. Dado que buena parte de los usuarios de redes sociales son jóvenes (entre 18 y 35 años), es una excelente oportunidad para generar conciencia política. Pues, es justamente ese tramo de edad el que tiende a participar menos y menos en política y elecciones en nuestro país. Por eso el juego busca revivir el entusiasmo de quienes normalmente no participan en política, mediante escenarios ficticios, pero con escenarios plausibles y candidatos reales.
Después de seis Copas de #ElectoralDeathMatch parece natural hacer una evaluación parcial para ver hasta qué punto se han logrado estos objetivos. Es un buen momento porque hay suficientes datos acumulados para ver si hay evidencia que el juego va por el camino propuesto, o si ha tomado un camino diferente con objetivos propios. Pero también es un buen momento porque el ciclo electoral actual llega a su fin. La especulación inicial de potenciales candidatos comienza a decantar a medida que se acerca la fecha de inscripción oficial de candidaturas.
Vamos por parte. El primero objetivo, el del entretenimiento, parece haberse cumplido a cabalidad. El juego ha ido aumentando en popularidad desde su primera edición en diciembre de 2015. En la primera Copa se contaron cerca de 46 mil votos. En la última Copa se contaron cerca de 130 mil votos. Y en total, entre todas las Copas, se han contado más de medio millón de votos. La cuenta de Twitter, Instagram, y de Facebook han crecido proporcionalmente. A su vez, crece la cantidad de conversaciones virtuales originadas desde estas cuentas.
El segundo objetivo, de detectar patrones políticos subterráneos, también parece haber resultado. Un ejemplo relevante es el de Alejandro Guillier, quien fue electoralmente propuesto como candidato por #ElectoralDeathMatch antes que por las encuestas tradicionales. Cuando ganó su primera Copa en marzo de 2016 no marcaba un punto en las encuestas. Después de eso, aumentó significativamente en su popularidad. Si bien no nos adjudicamos haber lanzado su candidatura, sí podemos decir que el juego detectó su peso político antes que cualquier otro.
El tercer objetivo es un poco más difícil de evaluar, ya que los resultados solo se pueden detectar a largo plazo. Pero si el objetivo es que #ElectoralDeathMatch sea el paso intermedio entre la casa y las urnas para un votante desafectado, nos parece que vamos por buen camino. Si bien no hay evidencia que un voto en #ElectoralDeathMatch conlleve a un voto en la realidad, es probable que el juego despierte un interés cívico en aquellos que hoy no tienen ni la más remota intención de participar en las próximas elecciones.
Este breve resumen nos parece señalar que #ElectoralDeathMatch ha tomado vida propia. Y cómo tal ha levantado una serie de preguntas sobre cómo se relaciona la política con las redes sociales. Una legitima pregunta, a la cual parece haber varias respuestas, es sobre las razones que explican las victorias de los candidatos. En decir, ¿cuáles son los motivos que motivan a la gente a participar más en algunos duelos que en otros, y por qué votan más por un candidato que por otro?
Una primera teoría sostiene que el candidato que moviliza más personas gana. Movilizar significa que el candidato mismo llama a votar, y que la gente a su alrededor (seguidores), llama a votar. En Twitter esta masa crítica es fundamental. Candidatos con redes más grandes pueden usar el RT (Retweet) de forma más efectiva, dado que mientras más alcance tengan, mayor será su capacidad de convocar votos a su favor. La hipótesis es que mientras mayor sea el alcance del candidato, mayor será su probabilidad de ganar.
A simple vista esto parece ser una relación lógica, dado que simplemente sostiene que el que se moviliza más gana. Pero no lo es. Es algo más complejo, dado que hay múltiples combinaciones de candidatos y campañas. Por ejemplo, hay candidatos fuertes en la realidad (medidos por su peso en encuestas tradicionales) que se movilizan en Twitter (como Guillier), hay candidatos débiles que se movilizan (Beatriz Sánchez), hay candidatos fuertes que no se movilizan (Piñera), y hay candidatos débiles que no se movilizan (Berríos).
Si esta teoría fuera cierta, siempre ganarían los candidatos que se movilizan (como Guillier y Sánchez), independiente de su fortaleza en la realidad. Pero no es así, hay candidatos que no se han movilizado (como Piñera y Berríos) y que han ganado Copas. Esto sugiere que movilizarse en redes sociales no es suficiente para explicar una victoria. Ergo, lo que sugiere la evidencia es que debe existir otra variable latente para explicar grandes caudales de votos. Es decir, no es tan simple como hacer campaña en redes sociales para ganar.
Esto nos lleva a una segunda teoría. Esta sostiene que siempre gana el candidato con menor rechazo. Tiene sentido en el contexto de la desafección de la política que azota los tiempos que corren. En una era donde la evaluación de la política y los políticos está en el suelo, tiene sentido votar por personas que vienen de lugares alternativos. De hecho, hemos detectado al menos dos tipos de candidatos que alimentan esta especulación, (1) los candidatos buenos y (2) los candidatos fiscalizadores.
Por un lado, el candidato bueno es el candidato que representan valores morales considerados deseables por la sociedad. Normalmente son candidatos que representan valores religiosos o representan un polo de la ciudadanía que no está directamente relacionado con la política. Incluso pueden ser candidatos que han estado involucrados en política, pero por algún motivo no son considerados como políticos en el sentido tradicional. Los mejores ejemplos son Felipe Berrios, Benito Baranda y Felipe Bulnes.
Por otro lado, el candidato fiscalizador es uno que normalmente se ha relacionado con la política, pero sin ser político. Es decir, una persona que describe y analiza, pero que no genera ni produce, hechos políticos. Son candidatos que normalmente están vinculado con medios de comunicación. Dos ejemplos destacan en #ElectoralDeathMatch: Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez. Ambos han transitado alrededor de la política por toda su vida profesional sin pisar la cancha hasta recientemente, lo que los hace inmunes a las críticas a los políticos de carrera.
El problema con esta segunda teoría es que un candidato bueno o fiscalizador no siempre va ganar. Si la teoría fuera cierta, siempre ganarían los buenos. Pero no es así, políticos tradicionales también logran altas votaciones. Los buenos no siempre ganan al final. Es el caso del mismo Piñera que ganó la primera Copa, o la llegada de Daniel Jadue a la Gran Final en la última Copa. Ambos son políticos tradicionales, por ningún motivo relacionados con estas categorías de votantes, que logran movilizar a votantes sin mayores esfuerzos.
Todo esto nos lleva a pensar que la teoría fundamental que buscamos se encuentra en un punto intermedio. La unificación de estas teorías es lo que nos parece dar mayor poder explicativo a la pregunta. Tanto la teoría de la movilización como la teoría del candidato menos malo son cruciales para explicar por qué los usuarios de Twitter participan, y por qué votan más por un candidato que por otro. De hecho, una teoría sin la presencia de la otra desordena el mapa, y no nos permite sugerir un pronóstico certero.
La teoría unificada sostiene que las duplas más votadas siempre van a ser las que logran movilizar a más gente. El ganador de la dupla va a ser el candidato que moviliza a más gente entre los dos. Si ambos logran movilizar a la misma cantidad de gente, ganará el que cae en la categoría del candidato menos malo, es decir el candidato bueno o el candidato fiscalizador. Esta teoría solo beneficia a los candidatos tradicionales que se movilizan cuando se enfrentan a otros candidatos tradicionales. Si se enfrentan a un candidato menos malo, siempre perderán.
Esta teoría está en construcción, pero nos permite la posibilidad de usar un marco teórico momentáneo para entender las motivaciones de los votantes. Al nivel interno nos parece que este tipo de conclusiones preliminares son sumamente útiles para definir la relación entre política y redes sociales. Evidentemente podemos ir actualizando la teoría a medida que tengamos más evidencia, pues de eso se trata la aproximación científica que buscamos darle al lado más experimental de #ElectoralDeathMatch.
Por Kenneth Bunker
@kennethbunker
Académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Central
Fuente: www.eldinamo.cl