Miércoles 21 de Julio de 2021
María Victoria Peralta, es Premio Nacional de Ciencias de la Educación 2019 y académica de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales.
El tema de la sobreescolarización de la Educación Parvularia ha estado últimamente en el debate técnico y político por la comisión de Educación del Senado, la que en diversas sesiones ha tratado este problema, entre otros del nivel. Tanto cuando se analizó la obligatoriedad del subnivel de transición (mal llamado kínder), como cuando se abordó el retorno de los jardines infantiles a la presencialidad, los senadores que componen esta comisión hicieron diversas consultas al respecto.
Nos alegramos de que al fin se esté discutiendo esta temática en las altas esferas políticas, porque desde las instancias técnicas (Mineduc, servicios públicos, universidades y otros centros de estudio) no ha sido tratado en forma sostenida, debatida y más aún, convertida en medidas concretas para remediar este énfasis educativo tan limitador.
Para quienes son lectores habituales de estas columnas no debería ser algo extraño este tema, porque en numerosas oportunidades lo hemos abordado. Sin embargo, como es posible que no todos sigan permanentemente lo que escribimos, hacemos un breve resumen sobre qué implica para su mejor comprensión.
Este problema que afecta fuertemente la calidad del trabajo que se realiza con párvulos, tiene una larga historia en Latinoamérica y en nuestro país. En el siglo XIX, cuando las jóvenes repúblicas iban instalando sus instituciones educativas, empezaron a llegar las primeras experiencias de educación parvularia desde Europa. Si bien es cierto, quiénes fueron las fundadoras de este nivel tenían clarísimo el fin y la metodología de la educación de la primera infancia: el desarrollo integral de las potencialidades de los niños/as, que se favorecen a través de la iniciativa, curiosidad, interés, creatividad, relación, juego y expresión, entre otros.
En la medida que se fueron instalando los primeros establecimientos, observaron con preocupación que los tomadores de decisión de la época sólo las valoraban por su preparación a la educación primaria, ya que ello era su prioridad. Siendo comprensible esta política ya que el analfabetismo era alto, las fundadoras empezaron a escribir y difundieron las limitaciones que ello implicaba, ya que el hecho que los niños estuvieran trabajando pasivamente actividades de "lápiz y papel", con trazos, letras y números aislados, los parcializaban, aburrían y quitaban todo el interés por explorar y comprender el mundo desde su forma de conocer, imaginar y crear, limitando su desarrollo.
Estos llamados de atención de las primeras educadoras del nivel sobre un enfoque tan estrecho, ha sido reiterado en más de un siglo por la Organización Mundial de Educación Preescolar (OMEP), las principales universidades formadoras de educadoras de párvulos y por los organismos técnicos nacionales. Muchos antecedentes se han entregado, como que las mejores experiencias del mundo actual en educación parvularia como las de Reggio Emilia, Pistoia, Trento, Barcelona, Pamplona, Finlandia, no aplican estos "aprestamientos forzados y desmotivadores" y utilizan otras formas mejores aprendizajes.
Por todo lo expresado, esperamos tanto por las inquietudes que se están planteando en el Senado, como en el repensar de la educación que nos lleva la elaboración de la nueva Constitución, se reflexione sobre qué tipo de sociedad queremos y, por tanto, qué educación vamos a favorecer en las nuevas generaciones para un Chile mejor. Los grandes especialistas como Humberto Maturana, Claudio Naranjo, Viola Soto, entre tantos, han planteado la necesidad de abandonar este enfoque competitivo y reduccionista de la educación que lleva a una homogenización alienante, y a no respetar los intereses, necesidades, fortalezas y sentidos de los niños y niñas en los grandes temas que requiere nuestra sociedad.
Por tanto, ojalá que en todos los debates que estamos teniendo se repongan estos temas y la sobreescolarización, que ya lleva más de un siglo instalada en la mente de muchos e incluso de familias cómo la "buena" educación parvularia, sea superada por una educación realmente pertinente y de calidad para nuestros niños y niñas. Ellos y Chile se lo merecen.