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Martes 5 de Septiembre de 2023

Muestra conmemorativa del golpe de Estado en Chile, contiene el uniforme y una breve entrevista a María Victoria Peralta

En el marco de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile, el Museo Histórico Nacional inauguró la exposición temporal “50 años después. Golpe en la memoria”, muestra de objetos que contiene entre otros, el uniforme de educadora de párvulos de la académica de la U. Central y actual Presidenta de Fundación Integra. Comenta su experiencia y cómo este hecho histórico impactó también a la educación de la primera infancia.

*Fotos gentileza de Fundación Integra

Recreando una parte de la historia de Chile, el Museo Histórico Nacional presentó la exposición temporal «50 años después. Golpe en la memoria», en este contexto, la académica de la U. Central y presidenta de Fundación Integra, María Victoria Peralta, tiene una participación especial, pues se exhibe el uniforme de educadora de párvulos que ella utilizaba en la época y cuyo especial significado quiso compartir.

La mañana del 11 de septiembre de 1973, María Victoria, vistió su uniforme para ir a trabajar al jardín infantil Montahue, en Peñalolén, establecimiento destinado a los hijos de trabajadores de la Empresa Nacional del Petróleo (ENAP). Relata que las primeras horas de ese día fueron muy tensas: «Me extrañó que, al subir por Eleodoro Yáñez, muchas tanquetas iban al centro de Santiago».

«Esa mañana fue de mucha incertidumbre, llegaron menos niños y a otros los fueron a retirar tempranamente sus padres, quienes tampoco sabían mucho de lo que pasaba. Pronto surgió la preocupación por resguardar la seguridad de esas niñas y niños que continuaban allí, entre quienes también estaba mi sobrina».

El ruido de los aviones y las explosiones se mezcló con la música infantil, «encendimos la radio y alcancé a escuchar al presidente Allende. Subimos al segundo piso y presenciamos el bombardeo de La Moneda. Convencidas de que la situación era grave, algunas educadoras pidieron retirarse para ir a buscar a sus hijos. Nos quedamos solo las solteras. A las tres de la tarde quedaba una sola niña; de la que, hasta ese momento, nada se sabía de sus padres. La pequeña era Pilar Molina, de un año y medio de edad».

El primer toque de queda fue a las 17 horas, oportunidad para que los civiles se dirigieran a sus casas. Corrían los minutos y los padres de Pilar no llegaban. «¿Qué hago ahora?... Como no me podía quedar en el jardín, decidí llevarla conmigo a mi casa. Sabía que sus padres vivían a las afueras de Santiago y, por las condiciones de ese día, sería muy complicado que pudiesen llegar».

En la puerta del jardín dejó un papel que decía “Papás: Pilar está conmigo, soy educadora de párvulos, la llevo a mi casa”. Más abajo su teléfono y dirección para que la fueran a buscar».

Cuenta que, «en esa época, tenía un Austin Mini, en el que me movía para todas partes. Tomé a las dos niñitas y las puse en el asiento del copiloto. Debía salir lo más pronto posible, ya que a esa hora la situación era muy inestable y los militares ya estaban apostados en las calles controlando a todo aquel que pasara. Faltaba poco por llegar y pensaba en qué iba a hacer para tranquilizar a Pilarcita si no estaba su familia y ella la extrañaba».

«Mi casa se encuentra al otro lado del río Mapocho, a los pies del cerro San Cristóbal, y para llegar debía atravesar el puente del Arzobispo. Había un grupo de militares resguardándolo y, cuando me vieron, uno de ellos, metralleta en mano, se acercó y me preguntó “a dónde se dirige”. Bajé el vidrio y cuando vio mi uniforme de educadora le respondí que iba hacia mi casa con mis niñas. Entonces le hice una seña para que viera a estos dos “ángeles”, las que lo miraban con cara de no entender nada. —¡Ya!, pase— me dijo, y le hizo una seña a otro militar para que nos dejara seguir avanzando.

Cuando por fin llegamos, bajé a mi sobrina y a la pequeña Pilar. Vi que mi madre me esperaba y sentí alivio… ¡estábamos a salvo! Poco duró esa grata sensación de seguridad, porque me di cuenta de que Pilar extrañó la casa al entrar. Pero, cuando vio a mi mamá, lo primero que dijo fue “¡Ita!”, le sonrió y la tomó de la mano. Ahora sí podía respirar tranquila. Tiempo después supe que “Ita” era su abuelita, quien habitualmente la cuidaba.

Pilar pasó los tres primeros días de toque de queda con nosotras, jugando con mi sobrina y regaloneando con mi mamá. Recuerdo que al final de ese primer periodo de toque de queda dieron tres horas libres. Pensé que quizás llegarían los padres de Pilar, pero solo entró un llamado telefónico donde me comunicaban que no alcanzaban a ir a mi casa a buscarla. Los tranquilicé diciéndoles que estaba muy bien y que esperáramos hasta que dieran otro periodo de movilidad, lo que sucedió al día siguiente».

Como desenlace, recuerda que los padres de Pilar llegaron a su casa y que «Se las entregué con alegría y pena a la vez. Lamentablemente, nunca más supe de ella. Hoy ya debe tener 52 años y no creo que lo recuerde, pero sus padres le deben haber contado que en esos difíciles días, cuando comenzó el golpe militar, estuvo con la familia de una educadora de párvulos, espero haberle entregado toda la tranquilidad y seguridad que merecía».

 

El uniforme de educadora de Párvulos

Después del golpe militar, la primera vez que apareció la Junta militar hablando ante la opinión pública, Victoria Peralta, juró nunca más usar su uniforme de educadora de párvulos mientras estuviesen al mando del país. «Solo lo hice por algunos momentos en 1975 en el velatorio de doña Amanda Labarca, quien fue la primera directora de la Escuela de Educadoras de Párvulos de la U. de Chile».

«Hubo que empezar a generar confianzas en los equipos de trabajo, reanudar las relaciones comunidad-familia-jardín infantil y los educadores de párvulos debieron reasumir su rol profesional. Se creó la Comisión Nacional de Educación Parvularia, donde se sentaron en una misma mesa todas las instituciones vinculadas al sector (normativas, ejecutoras y formadoras). Allí se empezaron a detectar grupos importantes de la población infantil que no eran atendidos y se elaboraron modalidades no formales de atención, las que permitieron llegar a los lugares más lejanos del país y a los párvulos más excluidos. A partir de esto se visibilizaron los pueblos originarios, las madres temporeras, las poblaciones dispersas y las comunidades… y yo volví a usar mi uniforme muchas veces más» recordó con una sonrisa.