Lunes 24 de Abril de 2023
A propósito del último estudio presentado por la Fundación Luz, la directora se refirió a las barreras que impiden la inclusión y el necesario fortalecimiento de docentes expertos en esta materia.
En el marco de los actuales antecedentes que rodean la difícil situación de inclusión social, educacional y laboral que enfrentan las personas con discapacidad, y en particular, de aquellas que presentan una discapacidad visual, esto a propósito del último estudio presentado por la Fundación Luz que revela que apenas un 7,8% de las personas con ceguera total, logra terminar sus estudios superiores, aumentando los niveles de cesantía en este grupo de personas.
La vigencia que tienen las denominadas barreras a la inclusión, las cuales persisten en nuestra sociedad y en los distintos sistemas, no logran impactar en mejores expectativas, prácticas y oportunidades para todos. Cuando hablamos de barreras, se hace alusión a aquellas condiciones del contexto, que limitan o dificultan el acceso a la participación y desarrollo en las distintas esferas de la vida y por tanto en las oportunidades para un desarrollo más armónico con igualdad y equidad. Dichas barreras, para el caso de la educación, repercuten directamente en el acceso a los aprendizajes con las negativas consecuencias que de ellas se desprenden.
La identificación y reconocimiento de las diversas barreras es a lo que precisamente alude la definición más concreta de la inclusión, es decir, a la capacidad colectiva de detectar oportunamente, en las distintas etapas de la vida y en los distintos espacios en los que se desenvuelven las personas, las cuales se relacionan no solo con la falta de condiciones, formación o recursos, también dicen relación con aspectos relativos al acceso a la información y a un escenario social y cultural que redunda en actitudes prejuiciadas y excluyentes.
Parece contradictorio en este escenario que si bien son valorados los esfuerzos del Estado en la perspectiva de un enfoque basado en el respeto a los derechos humanos, con claras muestras del aporte que podemos observar para el caso de Chile, con las luces y sombras de los programas de integración escolar, la dotación de recursos formativos y de materiales educativos adaptados, con ejemplos dignos de destacar en la adaptación y distribución nacional de textos de estudio en formato audible, macrotipo y Braille, o los ajustes que se han incorporado para estudiantes con discapacidad visual y auditiva a los instrumentos de acceso a la educación superior y también, a un mayor conocimiento de la perspectiva social de la discapacidad.
Lo anterior nos invita a redoblar los esfuerzos para fortalecer la formación inicial de futuros profesores y de los docentes en servicio donde trascienda la educación inclusiva como una forma transversal de entender la educación para niños, niñas y jóvenes en un mundo de diversidad, es decir un mundo que diversifica la enseñanza en atención a las diversas características y necesidades de sus estudiantes, lo que debería a su vez, incidir también en la diversificación del mundo del trabajo.