Todos hemos experimentado, más de una vez, la experiencia de llevarnos mal con alguien. En más de una ocasión, sentimos una profunda molestia asociada a estados emocionales displacenteros que surgen ante la sola presencia de un otro que nos devuelve algo no reconocible en nosotros mismos o nos refleja características que, por razones desconocidas, rechazamos y revestimos de una racionalidad para poder justificar lo que experimentamos. Lo vemos a diario en el espectro político o en las redes sociales; agredimos de formas disímiles a aquellas personas objeto de nuestra evaluación.
Sin ir más lejos, hace algunos días fuimos testigos de cómo un puñado de mal llamados ‘hinchas’, invadieron un campo de juego para exigir bajo amenazas a sus propios jugadores que debían ganar. La historia se repite año tras año. Los patrones de evaluación cognitiva respecto del ‘otro’, poseen un nivel de irracionalidad tal, que aún ni los más ingentes esfuerzos logran modificarlos.
Lamentablemente, es algo que hoy en día fructifica como la mala hierba y que debe ser trabajado desde la niñez, apoyado en una política pública que promueva la creación de una Ley de Educación Emocional, como se ha hecho en otros países.
El freno a este tipo de iniciativas se justifica porque no existen los recursos, los deseos o las ganas (que no es lo mismo) de crecer en términos de inteligencia emocional y aprender a vivir en y con la diferencia. Es entonces que surge esta contradictoria propuesta de ‘aprender a llevarse mal’.
Normalmente pensamos cómo puedo hacer para llevarme bien, qué debo hacer para que tengamos una buena relación con otras personas, pero existe esta idea de flexibilizar nuestro modo de convivir con quien me llevo mal que está ahí, presente en nuestras vidas, ya sea compartiendo espacios de familia, de amistades laborales e incluso en un espacio de un Chile amado por todas y todos.
El ser humano tiene el potencial de establecer vínculos que permitan la convivencia armónica a pesar de los desentendidos y malestares, toda vez que prime la razón por encima de las emociones que muchas veces tienen su origen en pulsiones que emanan de nuestro inconsciente. En este sentido, es necesario trabajar con nuestros niños/as en el desarrollo de competencias desde la ética y la inteligencia emocional, ‘llevarse mal’ comienza a parecer una idea no tan descabellada porque la racionalidad establece una especie de homeostasis con la emocionalidad.
En la educación es dónde se da el primer paso en este largo pero fructífero camino. El sueño de un país en el que sus ciudadanos aprendan a convivir en la diferencia invita a pensar en todos estos aspectos.