Miércoles 6 de Mayo de 2020
La pandemia es una coyuntura, un estado de excepción, “de catástrofe”, y en cuanto tal, es pasajera.
La pregunta recurrente en estos días es: ¿cómo va a ser el mundo tras el COVID-19? Si me permiten responderla, para el caso de Chile la dividiría en dos: ¿cómo van a cambiar las prácticas de las personas tras el paso de esta pandemia? y ¿cómo va a impactar la pandemia en las estructuras socioeconómicas para el crecimiento y el
“bienestar”? La pregunta más fácil de contestar es la primera.
Ciertamente la valoración de la vida y de las personas que nos acompañan en nuestra existencia: familiares, amigos, vecinos ha tomado otro matiz. Sería posible pensar que habrá una vuelta a considerar que la sostenibilidad de la vida pasa por reconocernos en una amplia red de interdependencias mutuas. Podríamos quizás asegurar que se generarán en el futuro inmediato relaciones más cooperativas y solidarias.
Sin embargo, la crisis también expresa que esta interdependencia a nivel humano es insuficiente para la sostenibilidad más amplia de la vida cuando hay una dependencia que maltrata y configura a su antojo las relaciones humanas, las precariza y deshumaniza. Esa dependencia es la que cada uno guarda con el mercado, en donde se satisface de manera individual la mayoría de los derechos sociales (salud, educación, vivienda y pensiones). La centralidad del mercado en el “bienestar” evidencia en toda su magnitud lo frágil que somos ante estas situaciones.
Después de esta pandemia, el sistema no se replanteará otras maneras de pensar el bienestar o la protección de la vida y esta sería la respuesta a la segunda pregunta. La pandemia es una coyuntura, un estado de excepción, “de catástrofe”, y en cuanto tal, es pasajera. El COVID-19 no ayudará a generar cambios sustantivos en el sistema de salud, o en los derechos de los trabajadores contratados o independientes o en el sistema de pensiones, o en el reconocimiento de derechos de las personas que cuidan a otros con gran esfuerzo y prácticamente ningún apoyo.
Las demandas sociales que movilizaron a todo el Chile desde el 18 de octubre están más presentes que nunca. Urge, ahora mucho más, que el centro de la preocupación sea la vida humana. Para esto es imprescindible replantearse los cuidados en la sociedad. Las virtudes que guían los cuidados en las esferas íntimas podrían introducir nuevos valores en el dominio público, un ordenamiento que implica fomentar la cooperación para fortalecer la confianza y los cuidados mutuos. Es una transformación que requiere un Estado comprometido con la búsqueda del bienestar para todos, que reconozca las diversas formas de cuidado que permanecen invisibilizadas y que sostienen la vida.