Enrique Gutiérrez Corvalán, es instructor de lengua de señas chilena, docente de Pedagogía en Educación Diferencial de la UCEN.
No es de extrañar que la pandemia ha logrado afectar profundamente casi todos los aspectos de nuestra vida personal, familiar y social.
Dentro de las áreas más afectadas, la educación es quizás la que más desafíos ha tenido que enfrentar. Esto tanto para los educadores que han tenido que adaptarse y aprender nuevas herramientas para acompañar sus metodologías, como para los padres que carecen de las herramientas adecuadas y el tiempo suficiente para enfrentar las clases en línea. Pero quienes realmente se han visto aquejados, son los estudiantes a quienes se les vino encima una realidad completamente desconocida para ellos y ellas, aprendiendo a adaptarse no sólo a formatos nuevos (que probablemente tenían asociados a momentos de ocio y juego), sino que también les ha tocado sufrir las consecuencias del poco contacto social e interacciones con sus pares. De hecho, el Diagnóstico Integral de Aprendizajes del Ministerio de Educación, fue categórico al visibilizar el bajo rendimiento de las y los alumnos durante la pandemia.
Por otro lado, y dentro de este difícil panorama, se lograron grandes avances en lo que respecta a la educación inclusiva, especialmente si se trata de estudiantes con discapacidad auditiva. Es así como a la ley Nº20.422, se le agregaron tres nuevos conceptos dentro de los cuales destaca que; “se deberá garantizar el acceso a todos los contenidos del currículo común, así como cualquier otro que el establecimiento educacional ofrezca, a través de la lengua de señas como primera lengua y en español escrito como segunda lengua”. Esto no sólo refuerza la idea de que la Lengua de Señas es “la Lengua oficial de las personas sordas”, sino que comienza un interesante desafío de inclusión dentro de las salas de clases, pudiendo involucrar a las personas que no tienen discapacidad auditiva en el reconocimiento, respeto y aprendizaje de la lengua y cultura de las personas Sordas.
Ahora, si tomamos por un lado el Diagnóstico del MINEDUC y sus bajos resultados; ¿dónde está el diagnóstico de los y las niñas con discapacidad auditiva o con algún tipo de discapacidad sobre su rendimiento escolar? Un niño o niña sorda, dentro de un establecimiento integrado no cuenta con las mismas herramientas que los niños oyentes al momento de aprender. Al igual que en pandemia, se ven expuestos a barreras al aprendizaje, que en muchas ocasiones tienen que superar solos, con sus familias o depender de la buena voluntad de algún compañero de curso.
El aspecto social- al igual que en los tiempos actuales para todos los estudiantes del país- se ve truncado o entorpecido al no existir puentes comunicacionales que permitan un diálogo fluido entre los y las estudiantes con discapacidad y sus compañeros oyentes. Estos nuevos elementos de la ley intentarán “emparejar la cancha”, pero ahora involucrando a todos los participantes del proceso educativo. Esperemos que se logre finalmente un beneficio mutuo tanto para el estudiantado con necesidades educativas especiales -donde podrá presenciar como sus pares aprenden y se involucran en su proceso educativo- como para el resto del alumnado, quienes no solo aprenderán una Lengua completamente nueva que potenciará sus habilidades motoras y de expresión, sino tendrán una herramienta más para enfrentar al mundo de manera inclusiva. Recién cuando esto ocurra, podremos decir que logramos vencer a esta pandemia.