Miércoles 22 de Julio de 2020
Columna del Prof. Luis Riveros, decano de la Facultad de Economía, Gobierno y Comunicaciones
La ciudadanía sufre gran desorientación bajo la égida de ambiguas señales por parte del quehacer político. Los anuncios se tropiezan unos con otros, mientras que los debates de política pública son nebulosos, con argumentos generalmente parciales y sometidos a visiones puramente ideológicas. No existe claridad respecto a la salida que el país debe perseguir para después de la actual crisis económica y de las crisis acumuladas en lo económico, social, moral y político. El ciudadano medio observa desconcertado el debate público, abrumado además por el encierro que fuerza la situación de pandemia. La ciudadanía se resiste a creer que las soluciones son tan simples como la plantean algunos líderes de opinión, siempre culpando a otros y no elevando la mirada para observar los posibles efectos a largo plazo. Por ejemplo, se está adquiriendo una enorme deuda que habrá que pagar, más aún que lo que ya el país paga por la deuda contraída en el pasado. Eso puede ser justificable, sin lugar a dudas, pero es bueno que se conozca con transparencia lo que significa para los años y generaciones venideras. También sabemos que el costo social y económico de la pandemia es gigantesco, pero todavía no hay un mapa de acción que identifique las principales líneas de acción para una posible recuperación a partir del año que viene. Es decir, el ciudadano está muy desinformado y observa los desarrollos políticos con gran desconfianza. Los actores más relevantes en este campo no le han dado siquiera una razón para confiar y seguir un camino de país. Todos los discursos son inquietantes bajo la amenaza de más violencia y de un virtual enfrentamiento civil, más nadie conociendo los reales fundamentos de todo esto.
Se ha insistido muchas veces en la idea de un gobierno de unidad nacional, capaz de construir un camino de salida sobre la base de un acuerdo explícito en materia de gobernabilidad. Permitiría recuperar la credibilidad en la política pública y fijar horizontes ciertos más allá de los intereses particulares de grupos o partidos. Pero, para constituir un gobierno de unidad no es conveniente que se recurra exclusivamente a los partidos políticos, puesto que ello genera inmediatamente la sospecha de intereses electorales o de pura exclusión.
El desprestigio de las instituciones no aporta a crear un panorama de mayor certidumbre. Todo está bajo cuestionamiento, y la desconfianza hacia los poderes del Estado cunde en forma similar a cómo progresa la crisis social, económica, política y sanitaria. La juventud vive desorientada, como víctima impensada y central del actual estado de cosas, sin que abunden luces que indiquen un camino de salida hacia una estabilidad necesaria para recuperar, en parte al menos, lo que hemos perdido. Los discursos atractivos, simplistas como son, les hacen presa fácil de criterios oportunistas y del violentismo. La ciudadanía espera señales concretas sobre el futuro que nos espera, y necesita recuperar la credibilidad en instituciones y liderazgos. Estos, por el contrario, no muestran una mirada abarcadora, suficiente y convincente, y se envuelven más bien en debates, descalificaciones, sectarismo y toda muestra indecorosa de desprecio por la institucionalidad. La crisis moral de la república está en marcha.
Se ha insistido muchas veces en la idea de un gobierno de unidad nacional, capaz de construir un camino de salida sobre la base de un acuerdo explícito en materia de gobernabilidad. Permitiría recuperar la credibilidad en la política pública y fijar horizontes ciertos más allá de los intereses particulares de grupos o partidos. Pero, para constituir un gobierno de unidad no es conveniente que se recurra exclusivamente a los partidos políticos, puesto que ello genera inmediatamente la sospecha de intereses electorales o de pura exclusión. Eso ahondaría el vacío de credibilidad que prevalece en la opinión pública. Hay que considerar instituciones y personas que cuentan con cierta confianza de opinión pública, y que puedan hacer una contribución con espíritu patriótico y realista a la coyuntura que vive el país. Las universidades, los intelectuales y muchos personajes políticos, permanecen bien evaluados y se encuentran alejados de los intereses puramente electorales que abundan en la política hoy en día. ¿Será muy difícil que en torno a un grupo de intelectuales, políticos, y hombres de bien gire un gobierno de unidad nacional?; ¿será difícil pensar que la política partidista pueda negarse a una salida de la crisis, así requiriendo de miradas fuera de lo contingente? Quizás ésta, una fórmula inédita de organizar un gobierno de unidad nacional, sea la única manera de recuperar la credibilidad de la política pública, de marcar una ruta de gobierno y de alcanzar la esencial idea de encuentro que necesita el país.
Hoy, cuando los conglomerados políticos todos han mostrado su ineficacia y limitada visión respecto del futuro de Chile, se necesita crear una instancia nueva que encabece la salida real de esta crisis. Hoy, cuando el gobierno de la república ha mostrado agotamiento en sus propósitos de política y en la capacidad para aunar el sentimiento nacional, es importante apostar a una salida que esté por encima de los intereses partidarios. Es cierto, se trata de un reto gigantesco, que deberá asumir dolores muy profundos y vencer los fuertes muros del sectarismo político. Pero es un paso indispensable si se quiere lograr un país más unido en pos de su futuro.
Fuente: Diarioestrategia.cl