Miércoles 12 de Julio de 2023
Chile sigue sometido a discusiones centradas en el corto plazo: en estos días, sobre las negativas consecuencias de la incoherencia en decisiones en materia de política pública y los alegatos en torno a una seria transgresión a la ética del servicio público. Esto lleva a que más de 70% de los chilenos aseguren que vivimos en un país corrupto, ya que cada ciertos años aparece una situación que lesiona la credibilidad de la política y de los gobiernos. Unos más serios que otros, estos casos de denuncias por corrupción dañan seriamente la imagen de la política y de los gobiernos, como en el caso actual que envuelve grandes sumas de dinero que han sido transferidas desde el estado a fundaciones privadas, cuya operatoria aparentemente se diseñó para un propósito ilícito.
La justicia deberá discernir la verdad tras este caso y castigar a los inculpados a pesar de que, como en casos anteriores, el sistema parece estar diseñado para proteger a los culpables de este tipo de acciones. La consecuencia más grave, sin embargo, es que estas situaciones hacen perder de vista problemas más permanentes que son indudablemente de grave incidencia en el futuro de la Nación.
Uno de estos terrenos que parecen como abandonados en la discusión política y en las propias políticas públicas, es el de la educación. Por años se ha venido repitiendo que nuestro sistema educacional sufre de males mayores, que impiden reconocerla como el verdadero fundamento para desarrollar un recurso estratégico del país, como es el capital humano que se forma a diario en el sistema. Poco se ha dicho de las graves falencias que caracterizan al sistema y, por tanto, poco se discute respecto de la necesidad de acciones correctivas. Sabemos, por ejemplo, que el sistema produce jóvenes caracterizados por grave analfabetismo funcional y carentes, además, de las mínimas competencias analíticas exigibles para el desempeño en sociedad y en los estudios superiores.
Ahora último se ha puesto en evidencia que estudiantes de cuarto año básico aún no saben leer ni escribir, evidenciando un retraso que nunca antes se había observado. Por cierto, esto no es generalizado, seguramente, pero también es efectivo que está ocurriendo y que los más pobres deben ser lo que estén sufriendo este grave retraso que los inhabilitaré para todos los estudios posteriores y su propio desempeño en la vida. Temas que han sido advertidos repetidamente, pero que no se atienden debidamente porque la agenda del respectivo Ministerio se puebla, como es tradicional, con otros aspectos más mediáticos y también más políticos.
Reformar a la educación chilena es una alta prioridad mirando hacia el futuro. Pero esta reforma requiere, antes que nada, pensar en los contenidos que deben transmitirse a las nuevas generaciones en pro de objetivos cruciales para la sociedad de hoy, como es el pensamiento crítico, las habilidades comunicacionales y el mínimo conocimiento científico. Actuando de ese modo, podríamos enfrentar el gran problema actual como es la irracionalidad construida sobre la base de mala información y de una ciudadanía que no comprende los mensajes distorsionados generadores de desconfianza y de incredulidad.
Se ha dicho muchas veces: deben discutirse los contenidos y enfoques del proceso educativo, llevando innovación, introduciendo los temas y aproximaciones capaces de modernizar el accionar formativo. Pero no sólo eso, sino también haciendo más prominente la formación humana y ciudadana que debe emerger de una educación capaz de construir con visión de sociedad y futuro. Y todo esto requiere un nuevo enfoque en la formación de profesores y en el diseño de nuevas metodologías de enseñanza, para abrir a los niños las puertas del futuro, y no llevarlos a una mirada hacia el pasado que es usualmente frustrante a la vez que inhabilitante para el mundo que los niños y jóvenes de hoy deberán enfrentar.
Las discusiones centradas en los hechos y procesos del presente y pasado son necesarias y convenientes para sanear el alma nacional, tantas veces enferma por las pasiones y los frutos de la confrontación política. Llevar un equilibrado juicio a las nuevas generaciones debe ser una de las formas más plausibles de crear un apropiado sentido de unidad nacional. Nuestra educación no está cumpliendo ese fin, y ni siquiera el más acotado de dotar a los niños y jóvenes de una batería de competencias que hoy son requeridas en el mundo laboral y en los estudios superiores. Es hora, además, de que se reponga un sentido de futuro en la entrega educativa, que se proporcionen herramientas efectivas de realización humana y se ponga al día con el mundo del conocimiento y las competencias requeridas para una plena inclusión social.
Pero, por sobre todo, es importante legar un buen ejemplo a las nuevas generaciones, hoy día confundidas por interpretaciones sesgadas del pasado, además de acusaciones sobre el mal uso de los recursos públicos. Las discusiones de corto plazo no deben paralizar el progreso que el país debe diseñar en materia de ir construyendo su futuro; por el contrario, deben ser un sujeto de análisis para el permanente reencuentro del país. Eso es lo que estamos perdiendo hoy en día: la oportunidad de crear un ánimo efectivo de modernización y progreso y de un reencuentro que reclama el alma nacional.
Publicado originalmente en Diario Estrategia.