Miércoles 20 de Mayo de 2020
Columna del Prof. Luis Riveros, decano de la Facultad de Economía, Gobierno y Comunicaciones
Las pandemias sanitaria y social que nos afecta ha sido la fuente de mucho sufrimiento, el cual inevitablemente se proyectará al futuro. Por un lado, está el aspecto propiamente sanitario, que está amenazando nuestras vidas y pone en jaque a los servicios de salud, nunca preparados para hacer frente a desafíos de la magnitud que hemos experimentado. Sabemos que la población mayor y aquellos que padecen enfermedades de base, son la de más alto riesgo, que podrían inevitablemente enfrentar la necesidad de hospitalización de cuidado intensivo y el uso de un respirador mecánico. El motivo de todo ello, un virus cuyo origen es aún materia de debate, circula libremente en el aire, transmitido por emisores que no ejercen los cuidados necesarios por desconocimiento de su contagio o por simple irresponsabilidad. Todos debemos considerarnos agentes contagiosos por defecto, y así profundizar el ambiente de aislamiento y de distanciamiento con que se vive y se vivirá en adelante.
Una pandemia como la que vivimos tiene efectos en la salud personal y colectiva, pero también en los hábitos de vida social que han de cambiar por siempre. Una pandemia que no tiene vestigios de abandonarnos, en la misma medida en que una vacuna se ve todavía muy lejana como posibilidad real. Y lo peor, es que esta pandemia se manifiesta por oleadas sucesivas, que van causando giros en la sucesión de “peaks” o mesetas en los gráficos que describen los epidemiólogos. Y es por eso que no resulta fácil pronosticar el fin de la pandemia, puesto que se trata solamente del fin de alguna etapa o de un conjunto de ella; la experiencia de países desarrollados parece confirmar que la derrota del virus es cuestión solamente temporal. Y existe el no menos terrorífico pronóstico de que el virus puede efectivamente mutar, y por ello también permanecer muchos años con nosotros.
Pero eso no es todo. La ocurrencia de estos hechos en el ámbito sanitario tiene también una indisoluble correspondencia con el ámbito social. Sin lugar a dudas son los más pobres los que viven más desprotegidos de una propagación como la que está experimentando el COVID-19 en todo el mundo. Hacinamiento, problemas de salud no tratados adecuadamente, carencia de ingresos permanentes, distancia de los centros de salud, débil apoyo del aparato público, etc., son los factores que propician una mayor incidencia del contagio. Ni siquiera sus niños pueden acceder, normalmente, a educación online; simplemente carecen de tecnología, conexión a internet o espacios adecuados para seguir la instrucción. Para los pobres, este es un golpe devastador a su ya desmedrada situación. Y como si fuera poco, la imposición de toques de queda y cuarentenas obligatorias hace que muchos carezcan siquiera de la posibilidad de salir a generar ingresos para el sustento. Y todo dependerá para ellos de la ayuda que le pueda proporcionar el gobierno local o las donaciones de empresas.
Se generó en Chile, desde meses antes del brote epidémico, la desconfianza de las instituciones, el desprestigio de los poderes públicos, el intento también de desacreditar a la fuerza pública, poniendo todo en tierra de nadie...
Las cuarentenas son como una condena para que se profundice esta pandemia social, lo cual será alentado siempre por los agentes del desorden y la protesta. Si algo no ha funcionado bien, es la trama de organizaciones sociales que en otro escenario habrían favorecido una mejor respuesta frente a los retos que nos ha impuesto la pandemia. Se generó en Chile, desde meses antes del brote epidémico, la desconfianza de las instituciones, el desprestigio de los poderes públicos, el intento de también desacreditar a la fuerza pública, poniendo todo en tierra de nadie, cuando ahora se necesita la acción de aquella trama social, con juntas de vecinos, centros de madres, clubes deportivos, asociaciones gremiales todas funcionando junto con municipios y gobiernos regionales. Fue una pandemia de protesta sin propuesta la que atacó primero a Chile, que por desgracia facilitó el desarrollo de la pandemia sanitaria, teniendo como una manifestación evidente la actual profunda pandemia social.
Ya ha sido dicho antes: mientras no se reconstituya el dañado tramado social de Chile, mientras no se reponga la credibilidad de los Poderes del Estado, mientras no se solucione aquello que es tan cierto “hay chilenos de primera y de segunda clase”, la pandemia social se seguirá profundizando. Ojala avancemos con paso firme en lo sanitario, que para eso hay salud pública en Chile y las decisiones están siendo adoptadas. Pero en lo social, es posible que sea más duradero porque se ha destruido lo que siempre fue el alma de un ideal de la República: la integración de su sociedad.
Fuente: Diarioestrategia.cl