Miércoles 30 de Agosto de 2023
Hace algunos días se recordaron 55 años de la invasión soviética a la entonces Checoslovaquia, un acontecimiento clave para entender tanto las particularidades de la Guerra Fría, como ciertas cuestiones centrales de la geopolítica mundial. Este infausto recuerdo fue precedido sólo en un par de semanas por la muerte de uno de los protagonistas de aquel episodio, el novelista, Milan Kundera.
La invasión soviética y la vida de Kundera están mucho más entrelazados de lo que pareciera a simple vista. Sin sus novelas tampoco se comprenderían muchas de las vicisitudes de Europa central y oriental. Kundera e invasión intersectan en un documental de TV que Jarmila Buzková, su autora, tituló con enorme precisión La Odisea de las Ilusiones Traicionadas.
Y claro, la invasión soviética a la entonces Checoslovaquia fue el punto final de esa odisea para encontrar un camino intermedio entre el capitalismo y el comunismo. Hasta ese momento, muchos intelectuales europeos y latinoamericanos la consideraban posible. Entre otros, Milan Kundera y Václav Havel.
Aquel episodio, compuesto por la apertura pluralista checoslovaca y la invasión, sacudieron no sólo la consciencia de aquellos intelectuales, sino que también remecieron los cimientos de las ideas comunistas. De estos últimos, algunos optaron por la lealtad entusiasta con la ortodoxia leninista de la época y apoyaron la invasión. Entre ellos, el PC chileno. Basta leer diarios de la época con las sumisas declaraciones de Volodia Teitelboim y Luis Corvalán.
En Europa la invasión provocó un cisma importante. Muchos comunistas rompieron con la línea soviética, dando vida al llamado eurocomunismo, un intento postrero por entenderse con el centro político y encontrar un espacio propio al interior de las democracias liberales.
El fracaso fue rotundo. Quedó en evidencia una incompatibilidad conceptual y práctica. Aunque renuncien a la dictadura del proletariado, como objetivo final, el método político de la lucha de clases es incongruente y antagónico con la idea del liberalismo en todas sus aristas.
Como se sabe, 750 mil soldados, casi en su totalidad soviéticos, miles de tanques y decenas de aviones, ocuparon territorio checoslovaco en la madrugada del 21 de agosto de 1968, acabando con la ilusión del “socialismo con rostro humano”, esa breve primavera de ideas renovadas, encabezada por Alexander Dubček, que con rapidez colmó la paciencia del gobierno soviético de la época. En el Kremlin, Brezhnev determinó que los países bajo su órbita disponían, por razones geopolíticas e ideológicas, sólo de una “soberanía limitada”. No les estaba permitida la autodeterminación. Kundera llamó a todo este proceso el “secuestro de Europa central”.
Con un claro sentido de la realidad, no hubo resistencia militar. Sin embargo, la sociedad reaccionó con extrema molestia, aunque sin violencia. Un joven universitario, Jan Palach, se quemó a lo bonzo en señal de protesta, meses después de la ocupación. Otros cinco jóvenes también se suicidaron tiempo más tarde.
Las tropas soviéticas instalaron en Praga un modelo de gobierno sui generis, basado esencialmente en la alineación ideológica absoluta con Brezhnev. Lo llamaron “normalización”.
Sin embargo, lo interesante fue la reacción de la intelectualidad y artistas checoslovacos. Václav Havel y el filósofo Jan Patočka iniciaron un verdadero trabajo de hormiga para crear un movimiento contestatario al comunismo. Un momento clave para su impulso fue la detención de un grupo musical, muy popular entre los jóvenes, llamado Plastic People of the Universe. Aquello derivó en la famosa Carta 77.
Milan Kundera, en tanto, optó por un camino distinto. Prefirió partir al exilio en una sociedad capitalista avanzada. Se dedicó a la novela, escudriñando la cotidianeidad del comunismo sin perder su característico humor negro e ironía. Se adentró en las grandes preguntas existenciales y conjugó de manera creativa el ensayo con la novela.
Para Kundera, la historia checoslovaca era un continuum de democracia, fascismo, revolución, terror stalinista, ilusiones democráticas post-Stalin, ocupaciones militares alemana y soviética, deportaciones, etc. Reflexionó sobre “la muerte de los valores occidentales en territorio propio”, pues consideraba a su país perteneciente a Occidente, igual que Polonia y Hungría. Lejos de la tradición cristiano-ortodoxa.
Kundera contemplaba el mundo con inmenso escepticismo y a su país con dolor, “hundiéndose ante el peso de la historia”. Solía decir que los seres humanos sabemos que somos mortales, pero creemos en la inmortalidad de los países.
Su posición ante la invasión estuvo determinada por su zigzagueante relación con la “normalización” ideológica. Pese a haber abrazado el comunismo muy joven, en la década de los 40, fue expulsado, luego re-aceptado y vuelto a expulsar. Esas experiencias lo llevaron a escribir su primera novela La Broma, que se transformó en un símbolo de la apertura previa a la invasión militar. Agosto de 1968 lo encontró ejerciendo como profesor en la Academia de Artes Cinematográficas de Praga.
No fue detenido de inmediato y, a poco andar, edita su segunda novela, La Vida está en otra parte, provocando la irritación en el régimen. Le prohíben editar nuevos libros. Su nombre es erradicado de todas las bibliotecas del país. Empieza a vivir esa anatemización tan usual de aquellos regímenes, pero inconcebible fuera de las sociedades comunistas. Obvio. Imaginar a dictaduras quemando libros es más fácil. En 1975, aprovechando un viaje a Francia, resuelve no regresar más. De inmediato le quitan la nacionalidad, la cual se le restituye recién en 2019, cuarenta y un años después de la invasión.
Esto generó en Kundera una relación ambivalente con su país de origen; una especie de animadversión más allá del régimen. Simpatizó con los esfuerzos disidentes, pero nunca participó en nada con ellos. Nunca se consideró tal. Se congratuló con la caída del comunismo, pero estuvo escéptico sobre lo que vendría después. Fue tal su distanciamiento que incluso dejó de escribir en idioma checo.
Pese a todo, hace algunos meses, en el crespúsculo de su vida, decidió enviar su biblioteca a su ciudad natal, Brno. Se temía que, por esta relación tortuosa con la primera etapa de su vida, sus libros terminasen en alguna biblioteca francesa.
Interesante es constatar que, paralelo a Kundera, se produjo una verdadera estampida de intelectuales, artistas y científicos checos hacia Occidente. Todos execrados. Entre ellos, el físico Václav Smil y el cineasta Miloš Forman, director ganador de dos Oscar por Amadeus y Vuelo sobre el Nido del Cucú. Por curiosidades del destino, Forman fue compañero de curso en la enseñanza básica de Havel.
El día de la invasión, 21 de agosto de 1968, Forman se encontraba en Francia y decidió no regresar más. Vivió su propia odisea. Exactamente la misma que viviría Kundera poco después. Ninguno de los dos quiso volver más -figurativamente hablando- a su Itaca. Decidieron morir lejos de ella.
Publicada originalmente en El Líbero.