Miércoles 6 de Septiembre de 2023
La “electrización” que está viviendo el país, en la expresión utilizada por el presidente de la República, tiene su origen en señales y actitudes de quienes están a cargo de administrar el sistema político. La “electrización”, mejor entendida como el ambiente de alta crispación y confrontación que vivimos a diario, no se ha producido espontáneamente. Ella ha sido el resultado de múltiples acciones y declaraciones que han dedeñado a la idea original de provocar reflexión y encuentro del país en torno a los 50 años de los hechos vividos en septiembre de 1973.
No se trataba de propiciar un “olvido” sobre aquellos hechos, sino que de provocar una reflexión nacional y un compromiso en torno a su violento desenlace. Y aquí hemos fallado notoriamente, puesto que las visiones prevalecientes en el país de entonces se reproducen ahora, esmerándose en el atrincheramiento en base a los mismos conflictos existentes en ese entonces, llevados a una versión actualizada. No era esa la idea; se trataba de inducir reflexión serena sobre tales hechos y sus orígenes para que nunca más se volviera a construir el mismo escenario de conflicto.
En esto se ha fallado notoriamente. Nuestra clase política se ha esmerado en producir actos y gestos que desafían la unidad nacional que tanto requiere Chile. La Cámara de Diputados, por ejemplo, resolvió dar lectura a la declaración de la misma producida en agosto de 1973, en que se declaraba inconstitucional el gobierno de Allende. Con este acto se impulsa una remembranza que llena de dolor a muchos, puesto que fue ese el fundamento que dio origen a la acción militar de septiembre. No se hizo con el propósito de reflexionar en torno a un hecho, desencadenado por múltiples antecedentes, sino que de señalar la plena vigencia de los mismos.
La izquierda, por su parte, reaccionó llevando a votación esa misma declaración y proponiendo rechazarla, cosa que no logró. Pero este fue también un acto declaratorio que puede interpretarse como una verdadera provocación negacionista de una realidad histórica. El asunto es que así se ha ido profundizando la sensación de enfrentamiento, de una remembranza activa de los hechos acaecidos y que terminaron con el gobierno de la UP. La acción de recordar se ha enfocado en lo más negativo, aunque se debió siempre basar en la idea de un reencuentro, de un juicio equilibrado sobre los evidentes errores cometidos y sobre la necesidad de un nunca más.
Pero el 11 de septiembre de 1973 fue el preludio de lo que vino más tarde. Las desapariciones, la tortura, y la prisión de muchos chilenos constituyen también una evocación de dolor que todos tenemos que respetar. Que el gobierno de la UP haya cometido evidentes errores en su conducción, y que resultaron en un escenario lamentable de desorden político y graves errores económicos que desencadenaron hiperinflación y desabastecimiento, no justifica lo otro. El país se encontraba en 1973 al borde de una guerra civil, y la compleja situación derivó en la acción militar más extrema, que no constituía necesariamente, la forma de enfrentar el grave desorden institucional.
Falto cumplir con la ley y su espíritu, con las responsabilidades políticas asumidas y con el pacto contraído tempranamente en 1970. Un problema complejo, que no puede conducir a olvidar los excesos cometidos con posterioridad. No hay que propiciar el síndrome del olvido y de la minimización de los hechos, pero debe proyectarse las enseñanzas que los mismos han dejado. La mejor reparación sería que las nuevas generaciones puedan aprender significativamente de los errores cometidos.
La primera autoridad del país debería haber impulsado una agenda de evocación, homenaje y compromiso futuro, basada en buscar la unidad nacional. Pero hoy días los jóvenes y niños están recibiendo mensajes que pretenden revivir lo ya vivido, o bien de olvidarlo o ignorarlo. Ni lo uno ni lo otro constituye una seria reflexión. Como sociedad, tenemos que dejar de mirar al piso y levantar la mirada hacia el futuro, para hablarle de esto a las nuevas generaciones: hemos aprendido y tenemos que avanzar hacia un futuro en que no domine la amenaza, ni el egoísmo; un futuro en que no seamos presa del puro pasado, sin comprometer un futuro mejor. Un devenir en que no se desoiga el clamor popular y en que no se fomente la violencia. En eso hemos fallado en esta conmemoración de los 50 años: declarar con sinceridad y transversalmente un nunca más que las nuevas generaciones aprecien como un compromiso en medio de los graves problemas que hoy día también nos afectan.
El país se ha ido “electrizando” en medio de declaraciones, desafíos y actitudes que tratan de revivir el pasado, sin tratar de aprender de él. Es necesario retomar una agenda de encuentro en pro de la paz y del progreso; ojala no sea demasiado tarde.
Publicada originalmente en Diario Estrategia.