Jueves 27 de Julio de 2023
Mucho se ha escrito sobre las graves deficiencias asociadas a una educación de mala calidad como la que, en general, se imparte en Chile. Se ha repetido suficientemente que Chile necesita redefinir los contenidos y enfoques de la educación entregada en los distintos niveles, y que esto debe conllevar un reenfoque en materia de formación pedagógica. Se han repetido los diagnósticos sobre el crítico estado que envuelve a la educación pública, en particular, y los graves déficits que toda esta situación está creando en materia de educación superior. Posiblemente, como se ha dicho, el Ministerio respectivo no es la institución que pueda resolver estos problemas, sino un organismo con mayor independencia que posibilite enfocar la situación desde un punto de vista de largo plazo, y no solamente centrado en los incentivos político- administrativos y de corto plazo.
Sobre todo esto, los políticos no han sido capaces de proporcionar respuestas efectivas, y los intentos de verdaderas reformas educacionales chocan con la pronunciada abulia asociada al juego político. Mientras tanto, seguiremos formando generaciones de analfabetos funcionales y de jóvenes incapaces de efectuar un análisis básico como los que se requieren en la educación superior y en el mismo desempeño personal. El gran temor es que esta situación, ligada a la obligatoriedad de mantener bajas tasas de deserción en la educación superior, no haga más que seguir proyectándose en un decaimiento de la calidad en todos los niveles educacionales.
Pero hay una dimensión más de esta falla esencial en nuestra educación. Es sabido que uno de los males que afecta más notoriamente a la sociedad moderna, es la llamada “irracionalidad contemporánea”. Este fenómeno se traduce en el predominio de un arbitrario rechazo a la evidencia científica, la adhesión a teorías de conspiración infundadas y la predominio de decisiones impulsivas e irracionales. En gran medida esto es así porque la población carece de pensamiento crítico, aquél que se funda en un adecuado manejo de la información haciendo que las personas sean objeto de noticias falsas, movimientos o iniciativas carentes de fundamento y, en general, desarrolle adhesión a ideas sin fundamento real. Sin lugar a dudas, un país que tiene una débil base en educación es un país propenso a este tipo de problemas basados en desinformación y normalmente atenido al desarrollo de información incompleta o inadecuada. Si la población carece de capacidad crítica y actúa solamente por intuiciones o divulgación de noticias falsas o insensatas, el país puede ser sometido a decisiones poco juiciosas producto de la divulgación efectista de noticias engañosas.
Por cierto, la población necesita una mejor información en términos generales, pero también de una mayor ilustración sobre temas de ciencia, lo cual actualmente nuestra educación desarrolla de manera insuficiente. También necesita mayor alfabetización mediática, para que todos seamos capaces de “filtrar” la información que se nos presenta. En general, necesitamos imbuir a nuestros niños y jóvenes de pensamiento crítico, una actitud que les permitirá discriminar información y adoptar así decisiones más apropiadas. Una población que no discrimina información, que acepta todo lo que le llega como verdad última, es una población sujeta a irracionalidad y a decisiones puramente emocionales.
En estos días se discute intensamente que hay que hacer para aminorar el efecto negativo de las noticias falsas y de la información incompleta o distorsionada. Se ha sugerido que se debe controlar la “oferta” que se realiza a través de las redes sociales. Esto es, sin duda, una forma de afectar la libertad de expresión y puede causar más daño que beneficios. Lo más inteligente sería mejorar nuestra educación, entregando contenidos que permitan que nuestra población pueda evaluar apropiadamente la información a la que accede, y que pueda tomar decisiones informadas, producto de su propia investigación sobre cada tema que le interese. No es equivocado sostener que el pensamiento crítico es la base de una democracia sana y de una sociedad libre, en que cada uno exprese sus ideas, pero siempre ateniéndose a la revisión de las mismas por parte de los demás. La vieja idea de que Gobernar es Educar, cobra vigencia nuevamente en estos días de la sociedad de la información, puesto que es la única manera de garantizar democracia y progreso basada en la más adecuada información.
Publicada originalmente en Diario Estrategia.