Lunes 2 de Octubre de 2023
La ciudadanía está abandonando a la educación pública. En todos los quintiles de la distribución del ingreso, la mayoría de los escolares figura asistiendo a colegios privados. La investigación que dio lugar a esta evidencia pone de relieve el resultado de años de desorden, de abandono y de desorganización conducente a la mala educación brindada hoy por la gran mayoría de colegios municipales. Con las debidas excepciones, el país ha visto ya como un escenario de costumbre las protestas violentas en muchos de estos colegios, los paros de profesores y alumnos, el descuido de sus proyectos educativos, además de muchas acciones que no pueden sino catalogarse como actos delictuales protagonizados por “estudiantes”.
El último hecho conocido, es cuando rociaron con combustible a un inspector del colegio en el ánimo cierto de prenderle fuego. Los resultados de todo esto están a la vista: exiguos puntajes de los colegios públicos en pruebas nacionales producto de serias fallas formativas, muchas de las cuales son también responsabilidad de los padres y las familias. Y, además, con una empobrecida formación cívica y humana. El resultado es que frente al descrédito, las familias reaccionan buscando un mejor resultado educativo en el campo privado.
Desde sus inicios en el temprano siglo XIX, la república emprendió el camino de construir un sistema de educación pública digno del ideal ilustrado y de la independencia que se anhelaba consolidar. De ahí los esfuerzos de Carrera y O´higgins por constituir un gran centro educativo nacional y de formar profesores suficientes para esparcirlos por todo el país. Y luego Manuel Montt, quien emprendió la afortunada iniciativa de impulsar la creación de la Universidad de Chile, la Escuela Normal y la Escuela de Artes y Oficios, todo un sistema articulado que sería además secundado por la creación de Escuelas Públicas y del Liceo Fiscal que hacia fines del siglo ya contaba con la estructura de un sistema integrado con un serio proyecto educativo.
Bello, Domeyko, J, Abelardo Nuñez, Letelier, Darío Salas, y más tarde Juvenal Hernández y Juan Gómez Millas fueron, entre muchos otros, verdaderos próceres y conductores de un proyecto de educación pública que maduró y, con todos sus problemas, construyó lo que hoy día pomposamente se llama “educación de calidad”. Esa era lo que se consideró la base esencial de la educación que merecía nuestro país, con colegios emblemáticos que fueran, efectivamente, señeros en su conducción y resultados. Ciertamente, hubo problemas asociados a una insuficiente cobertura y a una gestión que podía mejorar, todas cuestiones que el país podía enfrentar positivamente, pues la base estaba ya firme y madura. Pero esto nunca se acometió: lo peor fue la crisis y el cierre de las Escuelas Normales, que marcó un “antes y un después” en materia de calidad educativa.
Además, se hicieron presente los discursos refundacionales. La idea de “quitar los patines” a los más aventajados, en lugar de poner los patines a los más rezagados. La noción de expandir sin límite de condiciones la formación pedagógica, llevándola a un deterioro que sigue en curso. La iniciativa de una municipalización “desatada”, primero, y luego de la conformación, aún en curso, de nuevos entes administradores de lo público. Y también la protesta a partir del año 2006 y del 2011, encabezada por los mismos jóvenes que ahora encabezan el servicio público con una actitud distinta a los gritos de rebeldía en pos de una mejor educación. Todo esto sin que en los treinta años pos 1990 haya surgido un modelo de efectivo respaldo a lo público que tanto esfuerzo costó construir.
Corrían los años de inicios de este nuevo siglo, y con el rector de entonces del Instituto Nacional recibíamos con alegría y honores a los numerosos puntajes nacionales salidos del emblemático colegio. Eso no ocurrirá nunca más. Se buscarán culpables y surgirán muchos dedos acusadores, pero ninguna propuesta concreta acometerá la reconstrucción de la gran institución destruida. Lo único claro es que, si estuviese con nosotros don Abdón Cifuentes, férreo defensor de la educación privada a fines del siglo XIX, estaría sonriendo en medio de las lágrimas de don Diego Barros Arana, el firme paladín de la educación pública. La historia parece haber dado un veredicto terrible sobre la realidad de la educación pública, sin contener proyecto alguno para poder reconstruir sobre sus ruinas el gran sueño republicano.
Publicado originalmente en Diario Estrategia.