Viernes 22 de Diciembre de 2023
Vivimos en una sociedad abiertamente dominada por el egoísmo y el materialismo individualista, en medio de un ingente proceso de globalización. Se ha asociado la prevalencia de la economía de mercado con esta sintomatología, que construye una sociedad poco solidaria y que transmite estos valores inter generacionalmente. Sin embargo, en este resultado confluyen no sólo aspectos económicos, sino muchos asociados a un alto rango de disciplina sociales. Lo fundamental para su mantención y reproducción es una educación que enfatiza los logros materiales como única medida del éxito, sin darle importancia a la solidaridad y al humanismo como factores de una plena vida individual.
A cada cual se le mide por lo que tiene, y nunca por los valores y acciones que proyecta hacia el resto de la sociedad, hacia su comunidad de entorno y hasta su propia familia. Ciertamente, esta forma de participar en la vida en sociedad construye una convivencia basada en la envidia y el sentimiento de frustración, porque en nada se valora el esfuerzo y la entrega generosa hacia los demás. Esto está en la raíz misma del sentimiento de desapego social, a la profundización de un clasismo inaceptable, a las tensiones que muchos propician por razones de poder y que se basan en el sentimiento de exclusión y maltrato, de injusticia y de una necesidad permanente de reparación.
Es decir, una sociedad que enfatiza valores individualistas como el fundamento de su organización y proyección, contiene en si misma un germen de auto destrucción. Y estarán allí siempre presente los políticos con el mensaje de que se puede tomar de los exitosos para entregarle algo más a los que no lo han sido; esto, que ciertamente contiene una acción de tipo solidario en lo colectivo, se lleva a veces al extremo de premiar la ausencia de esfuerzo y castigar injustamente a quienes si han alcanzado el éxito.
Por cierto deben igualarse las oportunidades y crear una sociedad de mayor encuentro en que el sentimiento de clase social no contamine las aspiraciones y realizaciones de unos y otros. Pero todo esto necesita una mirada distinta al rol de la solidaridad no como un acto compasivo, sino como una forma de construir una sociedad más integrada que pueda producir mayor progreso sin injusticias.
El voluntariado ha sido desde tiempos inmemoriales una manifestación concreta del propósito de abatir las tendencias que subyacen a la disgregación social. Las distintas formas de voluntariado enfrentan hoy día, y por las mismas razones prevalecientes en la desmembración de la sociedad, un ambiente de incomprensión y de aislamiento. Pero hay quienes han podido desarrollar ese sentimiento solidario que les hace participar en entidades como la Cruz Roja, Bomberos y muchas otras entidades de acción solidaria y bienhechora que marcan la diferencia.
Sin embargo, son actitudes cada vez más escasas, toda vez que se ha privilegiado el concepto de “costo de oportunidad del tiempo”, que acrecienta el sentimiento de pérdida monetaria asociada al desempeño solidario. Sin embargo, y más allá de todo discurso político, una sociedad que privilegia los valores humanistas, debe propiciar estas acciones; no sólo porque permiten afrontar problemas de hecho sino porque también ayudar a cambiar el curso de las tendencias que marcan la disgregación social los sentimientos de desapego y de exclusión. Por eso, las propias entidades de voluntariado deben enfatizar una campaña destinada a popularizar, en cierta medida, los grandes beneficios para la sociedad toda que emanan de su acción.
La educación tiene un rol fundamental en esta materia. No se trata de generar una materia ni curso específico, sino de crear un contenido transversal al que pueden colaborar las entidades solidarias de la comuna o entorno. Hay que enseñar que la solidaridad es un bien social, y que deberíamos practicarla no como norma de excepción, sino que de costumbre en el espíritu de construir una sociedad más integrada y solidaria. La Cruz Roja puede desarrollar esta labor y expandirla sistemáticamente, abordándola como una oportunidad para abiertamente participar en una cruzada por una sociedad mejor.
Se trata de generar un voluntariado activo, con afán de crecer no sólo en membrecía, sino en la trascendencia de sus principios y acciones. Ojalá estas ideas primen junto con la renovación que debe experimentar en estos días los cuadros directivos de la Cruz Roja Chilena.
Publicada originalmente en Diario Estrategia.