Miércoles 6 de Marzo de 2024
En estos días de inicio de un nuevo año escolar, es pertinente reflexionar acerca del crucial rol que cumple el maestro de aula y su adecuada preparación. Chile contó en el pasado con Escuelas Normales que preparaban a los profesores para la educación de nivel primario, un esfuerzo ligado a las prioridades fundacionales de la república. En efecto, la primera Escuela Normal fue fundada en 1840, y por sus aulas y desempeños directivos pasaron los más distinguidos exponentes de nuestra educación. Eran tiempos en que se formaba a los profesores sobre la base de una selección por aptitudes, mientras que la misma ocurría tempranamente privilegiando un alumnado que permaneciera un más bien largo tiempo en el sistema de internado que les caracterizaba.
Hubo reformas importantes, como la auspiciada por José Abelardo Nuñez en 1885, la propiciada en 1928 y otros intentos como los de Matte y los cambios de currículo de 1944. Pero, contenidos y metodologías aparte, se conservó siempre lo más importante: el rol del profesor como ejemplo además de ser un buen impartidor de conocimientos. El maestro proveía las bases de una formación moral adecuada, desarrollaba la inquietud por preguntar, ir más allá. También se educaba en las sensibilidades humanas más delicadas, por lo que a cada estudiante normalista se le obligaba a saber ejecutar un instrumento. Las normales femeninas, la primera de las cuales surgió en 1854, dieron un lugar importante a la mujer en el ámbito educacional. Asimismo, las Escuelas repartidas a lo largo de todo Chile, tanto urbanas como rurales, dieron cobertura nacional en un sistema que necesitaba crecer aún más y fueron un factor de unificación del país.
Sucedió que se creó en el profesorado normalista la idea de una mayor igualdad con los profesores secundarios formados en la universidad. Esto representó aspiraciones sindicales muy marcadas y quedó flotando desde los años 1930 la idea de crear una Escuela de profesores primarios y otra de profesores secundarios bajo el mismo alero de la Universidad de Chile. Más tarde, en la década de 1960 ya cundía la inquietud sobre la insuficiente graduación de normalistas lo cual, en lugar de ameritar un incremento de recursos para fortalecer al normalismo, llevó a pensar en la universidad como una solución. Al mismo tiempo, se determinó el cambio desde Educación Primaria a Educación Básica, lo cual hizo casi redundante la formación en las normales y acentuó el déficit de docentes, haciéndose eco de las voces que deseaban impulsar la formación a nivel de la universidad.
Las Escuelas Normales comenzaron a morir en la década de 1960, y la decisión de cierre ocurrió durante el gobierno militar en 1974, basada también en una cierta animosidad política que asumía que la formación normalista obedecía a ciertos patrones valóricos que no se deseaba permitir. Ese año 1974 marcó el fin de una de las experiencias más valiosas en educación, con lo cual comenzó un retroceso que continúa sin control hasta los días presentes.
Los padres de la patria sostuvieron la necesidad de la educación como un factor para fortalecer la democracia y la independencia. Por eso los tempranos esfuerzos en este campo, coronados por la existencia de escuelas formadoras de docentes. Eso ha quedado atrás, dominados como estamos por una formación poco satisfactoria de los profesores, especialmente en su carácter de guías del desarrollo integral de niños y jóvenes y también por el virtual abandono que han hecho las propias familias del proceso educativo en el hogar.
El profesor es ahora parte de un “servicio” y pasa a desempeñarse como “trabajador de la educación”. Su liderazgo se ha deshecho en función de nuevos conceptos no siempre pertinentes. Es cierto, es necesario modernizar, pero en este empeño se ha olvidado que más allá de contenidos y recursos pedagógicos, está la labor de un maestro que guía a las nuevas generaciones, con las preguntas pertinentes y los valores que necesitan fortalecerse. El decaimiento de nuestra educación, marcada también por una profunda desigualdad, se relaciona con la insuficiente entrega de conocimientos y la insatisfactoria formación valórica de las nuevas generaciones.
Sea este nuevo inicio del año escolar chileno una oportunidad para reflexionar sobre lo que hemos perdido en formación pedagógica. Sea también para rendir homenaje a las generaciones de normalistas que iluminaron con luces potentes el escenario de la educación chilena. Que esta instancia nos sirva para pensar en el legado de esa extraordinaria iniciativa republicana que fueron las Escuelas Normales y que ello pueda ayudarnos, sin intentar volver al pasado ni reeditar la experiencia, a repensar nuestro grave problema educativo.
Publicado originalmente el Diario Estrategia.