Miércoles 15 de Mayo de 2024
Un reciente estudio ha puesto de relieve, nuevamente, los bajos estándares formativos que ha adquirido la educación en general y el nivel medio en particular. Tal estudio muestra que los postulantes a las carreras de pedagogía poseen una comprensión lectora equivalente a quinto año básico. Eso significa que parte de la básica y toda la media pasaron en vano en la vida de estos jóvenes, quienes no adquirieron las competencias lectoras necesarias para progresar en la educación y la vida.
Esto es de por sí alarmante, y llama la atención sobre lo inútil que son las decisiones sobre asuntos públicos y decisiones ciudadanas de todo tipo, si es que las personas no son efectivamente capaces de entender adecuadamente un texto explicativo. Y la población que ha sido medida con este estudio son quienes completaron ya dos o tres ciclos educativos (pre escolar, básico y medio) siendo fuente de preocupación el nivel que caracteriza a aquellos que ni siquiera lo completaron o lo hicieron en establecimientos educacionales con aún mayores carencias.
A esta evidencia, de por sí en extremo preocupante, se agrega el hecho de que los jóvenes así caracterizados son, en proporción importante, posibles profesores. Esto hace que el problema presente se multiplique hacia el futuro, y podamos esperar un decaimiento aún mucho mayor en materia de analfabetismo funcional, el cual alcanza hoy en día a más o menos un 50% de la población chilena. No hay que olvidar que don Darío Salas escribió escandalizado sobre el analfabetismo que existía en Chile durante las primeras dos décadas del siglo XX, que alcanzaba a más de un 60% de la población, lo cual ameritaba, en su opinión de una ley para obligar a las familias a llevar a sus hijos a la escuela.
Hoy, cuando los números son en extremo preocupantes, no se aprecia que exista ninguna atención efectiva por parte de lo grupos dirigentes para poder enmendar la situación. Es claro que el problema no es el mismo: el analfabeto no puede descifrar un texto escrito; el analfabeto funcional puede hacerlo pero no comprende aquello que lee. Pero éste es el verdadero analfabetismo del siglo XXI, que está caracterizado por el pleno apogeo de la información, del internet, de los textos explicativos que, verdaderamente nuestra población no puede realmente manejar. Darío Salas estaría hoy escandalizado por estas cifras que demuestran que nuestra educación ha decaído en forma tan significativa pero, por encima de todo, que ello no parece despertar ningún tipo de preocupación en la clase dirigente como si existió en la década de 1920.
Si hay una mayoría de analfabetos funcionales que enseñan a los niños y jóvenes, la verdad es que no hay esperanza de un país mejor en una o dos generaciones más. O sea, estamos proyectando el problema a futuro sin abordarlo de ningún modo. Y el problema es que esta población analfabeta funcional que nos caracteriza es la que está tomando decisiones en materia de políticas públicas y respecto del futuro del propio país. Por ejemplo, es la población que “leyó” y votó a favor o en contra de los proyectos de reforma constitucional que nos han ocupado por dos años. Es la población que “lee” mensajes y programas por parte de quienes desean conducir nuestro país y nuestras instituciones.
Es en definitiva una población muy relevante en la toma de decisiones pero que está verdaderamente inhabilitada para manejar adecuadamente la información relevante. Por eso la cultura del tik-tok y las fake news han experimentado un gigantesco salto en audiencias, y por eso también la política deriva más en farándula que en el serio abordaje de lo problemas que nos afectan como sociedad. Ya no interesa el fondo de las cosas y las ideas: solamente su apariencia más ramplona.
Todos los años los bajos puntajes SIMCE o de la Prueba de selección para las universidades, así como las conductas “anti-sistemáticas” de muchos grupos de estudiantes y la verdadera odisea que emprenden las universidades con programas remediales de todo tipo, siguen llamando la atención por una reforma de fondo. No una que siga discutiendo los temas presupuestarios o de la gestión, sino una que aborde las falencias formativas de nuestros niños y jóvenes. Un debate que requiere salir de la contingencia y de las “reformas” vistosas pero contradictorias con el necesario hacer y ser de la educación. Una mala educación es el verdadero enemigo del progreso y la estabilidad, que actúa silenciosamente pero que deja caer con dureza sus poderosos efectos en el largo plazo.
Publicado originalmente en el Diario Estrategia.