Columna de opinión de Pedro Salinas Quintana, Doctor en Filosofía y Psicólogo Clínico. Miembro del Instituto de Investigación y Postgrado de la Facultad de Salud de la Universidad Central de Chile.
En mi primera clase de la semana uno de mis estudiantes me preguntó que cuándo se había iniciado la cultura. Comentamos algunas de las hipótesis más usuales: con la invención del lenguaje, con la escritura y alguno agregó con la invención de la agricultura y la vida sedentaria. Vestigios de la cultura han sido asociados a dichos elementos y a otros como productos culturales derivados del trabajo ritual donde podemos apreciar el uso de símbolos colectivos.Sin embargo, preferí contarles la siguiente anécdota que recordé haber leído hace un tiempo en el diario español “La Vanguardia” de España:
“Un estudiante preguntó a la antropóloga estadounidense Margaret Mead cuál consideraba ella que fue el primer signo de civilización en la Humanidad. El alumno y sus compañeros esperaban que Mead hablara del anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler. Pero no. Ella dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua fue un fémur que alguien se fracturó y luego apareció sanado. Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. Pues no puedes procurarse comida o agua ni huir del peligro, así que eres presa fácil de las bestias que rondan por ahí. Y ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso se suelde por sí sólo. De modo que un fémur quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedó con quien se lo rompió, y que le vendó e inmovilizó la fractura. Es decir, que lo cuidó ”.
A propósito de lo acontecido con los migrantes venezolanos en Iquique sería interesante preguntarnos por nuestro estado de la cultura, considerando que Chile, como muchos otros países, es el resultado de personas que en algún momento, siglos atrás, decidieron dejar sus tierras en busca de un futuro mejor. Toda nuestra Latinoamérica, de hecho, es fruto de un mestizaje ancestral, profundo, que conjunta razas, religiones y orígenes distantes y diversos.
Es de esperar que las políticas migratorias del Estado de Chile, además de un resto de humanidad, puedan considerar algunos datos entregados por el mismo Banco Central. Los migrantes aportan USD 4.000 millones al fisco y casi un 1% del PIB; 60% de los migrantes, son, además, mano de obra sobrecalificada que puede aportar progresiva y valiosamente al desarrollo económico y cultural de Chile.
Después de contar la anécdota de Mead a mis estudiantes, la pregunta siguiente era esperable: ¿cuándo se acaba la cultura, entonces? La respuesta estaba en el aire: “cuando le destrozas todo a quien no tiene nada...”