Esta última semana se ha hecho público y visible algo que viene ocurriendo desde hace algunos años, pero que se ha ido agravando en el tiempo, la construcción de edificios habitacionales muy por debajo del estándar mínimo que se requeriría para ser habitables con calidad de vida.
Ni siquiera se ha pensado en la gestión de una emergencia en este tipo de construcciones: por ejemplo, ¿qué pasaría en el caso de un incendio o sismo?, ¿existe dentro de estas construcciones la capacidad suficiente para evacuar a las personas?, ¿se dispone de presión de agua suficiente para el uso de la red seca?, ¿qué pasaría en caso de una emergencia médica?
Los proyectos de ingeniería y construcción no se terminan cuando la obra está materializada, sino que debemos considerar en cómo va operar en el futuro en diferentes circunstancias, además de efectuar las actividades de mantenimiento y conservación que son absolutamente necesarias en todo tipo de infraestructuras. Pero por sobre todo, debemos considerar siempre al usuario final, transformar la realidad para mejorar su calidad de vida, ese es el fin último que no podemos perder de vista los profesionales de la ingeniería y construcción.
La lógica del mercado indica, de manera muy gruesa, minimizar los costos y maximizar las utilidades, algo que puede funcionar en algunos sectores de la economía, pero perjudica ampliamente a sectores sensibles que impactan negativamente la calidad de vida de las personas: agua, salud, educación y vivienda son derechos básicos de las personas y que bajo ningún punto de vista deberían estar al arbitrio del mercado, dado que termina ocurriendo lo que ya es muy común: el acceso a estos servicios de calidad dependerá de la capacidad de pago o endeudamiento que se tenga en el tiempo, lo cual termina deteriorando seriamente la calidad de vida de la mayor parte de la población.
Quienes nos desempeñamos profesionalmente en la industria de la ingeniería y construcción no podemos seguir permitiendo que el mercado maneje la calidad de las obras de infraestructura que entregamos a la sociedad. Estamos mandatados a transformar la realidad, pero para otorgar una mejor calidad de vida a la sociedad en general, y colaborar para que esta sea más justa para todos. Eso es lo que representa la responsabilidad social y la ética profesional, valores que han estado absolutamente ausentes en muchos proyectos de infraestructura en el último tiempo.