Ps. Suilan Chia Covarrubias
Cuando muere un ser querido o alguien cercano entramos en duelo, que es la reacción psicológica frente a la pérdida, el dolor emocional que sentimos cuando alguien importante en nuestras vidas deja de estar presente. Esta experiencia puede suscitar diversas emociones, y su evolución e intensidad es de tiempo variado y no necesariamente implica cursar un orden de etapas o fases. Es un proceso personal donde, en base a las características psicológicas de la persona, la relación afectiva que se tenía, experiencias previas de duelo y las redes de apoyo con que se cuente, irá construyendo como se vaya significando la muerte. Cada quién tendrá su propia manera de elaborar y adaptarse a la pérdida.
Uno de los principales aspectos que influyen en la vivencia del duelo, es el vínculo afectivo que se tiene con quien fallece. En este vínculo existen diferentes factores que permean; como el tipo de relación, el apego, el nivel de presencia en la vida, el valor que tenía y el tipo de pérdida.
El tipo de relación hace referencia a si la relación con el fallecido era cercana, distante o conflictiva. Ejemplo de ello es si al momento de la pérdida el vínculo se encontrase fracturado o atravesando un distanciamiento, afectará de manera diferente la elaboración de la experiencia, ya que puede teñirse de sentimientos displacenteros, o de que algo queda inconcluso.
El apego que se desarrolla en la relación es otro aspecto que incide en este proceso, desde haber sentido una forma de relacionarse que generara seguridad y confianza, o, por otro lado, inseguridad e incluso confusión. Quien fallece puede haber estado presente en distintos ámbitos de la vida; a nivel personal, social, laboral y/o académico, y cada uno de esos espacios compartidos son un mundo de experiencias y recuerdos significativos. En otros casos, no necesariamente se desarrolla una relación, sino que puede ser una persona simbólicamente valorada, admirada y querida, por su forma de ser o su quehacer.
Finalmente, la forma en que una persona fallece (previsible o inesperada), también nos afecta de forma distinta. En el caso por ejemplo de vivir el deterioro paulatino de un ser querido, puede que el duelo se viva anticipadamente, siendo posible (no en todos los casos) que la persona se sienta algo más preparada para el desenlace. No así alguien que repentinamente vive esta experiencia, sin tener opción de despedirse o bien, estando por casualidad en el lugar donde sucede. Es así que, si nos centramos en el vínculo con quien fallece y de que cada persona vive la pérdida de una manera diferente, el dolor emocional que conlleva puede impactar en mayor o menor medida a “lo esperado”, independientemente de si es un familiar, una persona que vemos a diario, un amigo, un conocido, o una mascota.
El proceso de duelo se vive tanto individual como colectivamente. En lo individual, vamos conectándonos con las emociones, el recuerdo de la persona e integrando con dolor que ya no estará físicamente. Pero también necesitamos de otros, pues perder a alguien es una experiencia que necesita ser compartida, acompañada, sostenida por la escucha, abrazos, miradas, palabras y hasta por silencios respetuosos de otros que permitan procesar la pérdida y recordarnos que no estamos solos en este dolor.
Perder a alguien puede ser una realidad dolorosa, donde cada proceso de duelo es único y los tiempos de asimilación y sanación respecto a la pérdida son personales, por lo que es vital ser compasivos y pacientes con nosotros mismos. Conectar con las emociones, los recuerdos, y el dejarnos acompañar por personas significativas, permitirán que nuestro corazón adolorido pueda en algún momento recordar a quien fallece con alegría y gratitud, por haber sido parte de nuestra vida.