Ps. Daniela Leiva Solís
La etapa universitaria tiende a estar asociada con estrés, particularmente durante períodos en que el nivel de sobrecarga y actividades académicas aumenta, y cuando existen altas expectativas respecto del desempeño y rendimiento en los estudios. Tener buenas notas o evitar reprobar, si bien es un objetivo que trae consigo beneficios para quien estudia, porque permite mantener una beca o lograr un avance curricular que signifique dejar de depender lo antes posible del apoyo económico familiar, es también un factor que suma elementos al estrés académico, involucrando otros aspectos de índole personal que generan mayor sobrecarga. Puede ocurrir además que, por la configuración de la personalidad, haya un mayor nivel de exigencia, donde el error sea intolerable, y por lo mismo, estudiantes en este caso, se sobre exigen más allá de lo necesario para cumplir las metas académicas.
El estrés es una reacción física y emocional necesaria frente a un desafío o demanda. Es una reacción natural y esperable, que tiene como función responder de forma efectiva a un estímulo que requiere de mayor esfuerzo. La característica principal de este estímulo es que es externo; como podría ser una prueba, un problema familiar, una discusión, etc. También puede aumentar esta sintomatología, el que se evalúe de forma interna que este estímulo es muy desafiante, como ocurre cuando existen altos niveles de ansiedad. Por lo tanto, es un mecanismo de supervivencia necesario; que si aportara a la reacción, activación y preparación frente al evento desafiante, se consideraría estrés positivo; y en el caso contrario, si genera agotamiento, paralización y desgaste, sería estrés negativo. Este último, tiende a aparecer cuando se está expuesto constantemente a elementos estresores y si es que no se aborda de manera adecuada. Las consecuencias de no gestionar el estrés a largo plazo, pueden generar problemas de salud importantes, como lo son: la hipertensión, trastornos del sueño, problemas a la piel, pérdida de cabello, úlceras, entre otros. Por ello, la relevancia de abordar la sobrecarga para evitar que esto ocurra.
Y es aquí donde toma importancia el autocuidado, que alude a todas las medidas que se toman para mantener el bienestar de nuestro cuerpo y mente en todos sus aspectos. Esto, porque para lidiar con el estrés existen dos vías: disminuir la carga o cuidar tanto el cuerpo como la mente para descansar y soportar la alta demanda. En el caso de los aspectos académicos no se puede en muchos casos, bajar la cantidad de responsabilidades y es por ello, que la segunda opción se vuelve tan relevante.
A continuación algunas de las medidas más importantes que considerar para integrar el autocuidado a la rutina diaria en periodos de sobrecarga, con el fin de manejar el estrés:
Autocuidado Físico: alimentarse adecuadamente y no saltarse comidas, dormir y descansar lo suficiente, evitar el sedentarismo y las jornadas de estudio sentado sin pausas, son algunas de las medidas primordiales. Esto, porque los procesos de atención y memoria (que son los que más se usan para estudiar) requieren de estas condiciones mínimas, de lo contrario aunque se dediquen largas tandas de estudio sin dormir o comer, no se obtendrán los resultados esperados por desconcentración o bloqueos de memoria. También es importante mantener alguna actividad física, ya que el cerebro se oxigena, se liberan las tensiones, logrando distensión y relajo.
Autocuidado Psicoemocional: nuestras emociones son indicadores esenciales de nuestro estado mental. Es útil detenerse a pensar en lo que estamos sintiendo si es que aparece algún síntoma físico, ya que las emociones se manifiestan en el cuerpo y si están ahí es para movilizarnos a la búsqueda de soluciones o alternativas. Por ejemplo, si tengo ansiedad y la reconozco, en caso de considerar que no cuento con herramientas para abordarla puedo buscar ayuda profesional, pero si siento que tengo recursos para gestionarla existen estrategias que nos pueden ayudar en este proceso, como ejercicios de respiración, pausas saludables, manejo de pensamientos ansiosos o cualquier estrategia que haga falta para retomar la calma y seguir. Puedo también buscar el origen de mi intranquilidad y ver vías de resolución que me permitan recobrar la tranquilidad y no seguir pensando en ello.
Autocuidado Social: Acudir a las personas que nos cuidan y valoran es un factor protector en estos casos. Una buena conversación y el manifestar cualquier malestar a otros, alivia y nos permite obtener otros puntos de vista, ampliando la perspectiva respecto a lo que nos está generando malestar emocional, y cómo lo estamos interpretando y experimentando. Que otra persona nos entregue calma y contención, también es una muy buena opción cuando se está abrumado(a) por la sobrecarga. Las actividades recreativas también son fundamentales para darnos un respiro y pausar el ritmo acelerado. Por otra parte, es sano analizar cómo nos estamos vinculando y considerar tomar distancia de relaciones que pudieran afectar nuestro bienestar emocional, ya que podrían repercutir en nuestro estado anímico, desempeño académico y personal.