Ps. Suilan Chia Covarrubias Ps. Constanze Ihl Herbach
La pandemia que vivimos significó una serie de rápidos e inesperados cambios en nuestras vidas, que afectó nuestras relaciones interpersonales y sociales, cambió nuestra forma de relacionarnos, la forma de estudiar o trabajar, nuestras rutinas, y también en momentos generó gran incertidumbre, lo cual afortunadamente ya comenzamos a dejar atrás. Para nuestro cerebro toda esta demanda de cambios resultó abrumadora y estresante, y si bien cada caso es diferente, para gran parte de la población se constituyó como una experiencia en algún grado traumática.
Por sus características, podemos considerar la irrupción del COVID-19 en nuestras vidas, como un evento traumático relevante de analizar. La exposición al trauma tiene un rol significativo en la conformación de los trastornos psiquiátricos más frecuentes, genera cambios neurobiológicos y, como consecuencia de ello, pueden surgir problemas en la regulación cognitiva y de las emociones. Así, el COVID pudo propiciar la susceptibilidad al desarrollo de psicopatología. En personas que no han tenido una patología de la salud mental previa, pero que poseen factores genéticos, antecedentes familiares, heridas del pasado o eventos traumáticos no elaborados, en conjunto con este evento estresante, puede desencadenar la proliferación de enfermedades de salud mental, que antes no habían experimentado.
Durante estos meses, los efectos del impacto psicológico de la pandemia han sido variados, pudiendo reconocer en la población general y en todo rango etario, un aumento en problemas del ánimo, estrés, preocupación por infectarse, por familiares y por la inestabilidad económica. En nuestra comunidad universitaria también hemos vivenciado este impacto, percibiendo cambios y deterioro en la salud mental, en comparación al escenario pre-pandémico, con un aumento de sintomatología del estado de ánimo depresiva y ansiosa, estrés, alteración en el sueño, trastornos de la conducta alimentaria, duelos difíciles de elaborar, y en algunos casos también un mayor consumo de sustancias. Este fenómeno resulta multicausal, pero se distingue un correlato respecto a las restricciones e impedimentos para una interacción social autónoma, la cual se espera en esta etapa de vida.
Por otro lado, las personas que han padecido COVID-19, también han tenido repercusiones en su salud mental, con síntomas de deterioro cognitivo, depresión y ansiedad meses posteriores a la infección aguda (Jairo Ramírez-Ortiz, Diego Castro-Quintero, Carmen Lerma-Córdoba, Francisco Yela-Ceballos, Franklin Escobar-Córdoba, 2021).
El aumento de las patologías en salud mental es evidente, y a pesar de ello han existido dificultades importantes para poder acceder y continuar tratamientos, todo esto producto de la propia pandemia. En los meses más álgidos, enfrentamos una falta de capacidad en los servicios de urgencia producto del número elevado de contagios, y una discontinuidad de los servicios públicos de salud general y mental que, si bien paulatinamente se ha ido retomando, existen aún importantes limitaciones para el acceso debido a las largas listas de espera. En este ámbito también fue difícil dar continuidad e inicio a tratamientos farmacológicos, dada la escasez en la disponibilidad de algunos medicamentos, lo cual favorablemente se ha logrado resolver.
Si bien la pandemia inicialmente se tradujo en un menor estado de bienestar y deterioró en parte nuestra salud mental, es importante también destacar los aprendizajes y oportunidades que esta experiencia ha marcado. Al limitarse nuestras actividades cotidianas y disponer de más tiempo de estar con uno mismo/a, ha sido posible contar con más instancias de reflexión respecto al impacto que tienen nuestras acciones en la salud mental. Se ha integrado a nuestras vidas la preocupación por la salud en general, pero sobre todo dándole mayor relevancia y normalizando paulatinamente el cuidado del bienestar psicológico. Ello ha permitido percatarse también, de la relevancia de escucharse a uno/a mismo/a, para entender cómo ciertas situaciones se asocian a las emociones experimentadas e identificar qué es necesario hacer para sentirse mejor. A nivel macro social se ha reportado un aumento en las políticas públicas que incentivan el autocuidado y mayor información sobre salud mental. A nivel microsocial, los discursos sobre malestar psicológico cada vez se hacen más frecuentes, disminuyendo la resistencia a hablar al respecto. Todo esto ha ayudado a desestigmatizar la salud mental y a que cada vez más personas se están atreviendo a escuchar a su mente y cuerpo, y a consultar a psicólogos, no sólo en momentos de crisis o gran malestar emocional, sino también como herramienta de autoconocimiento, autocuidado, y prevención. Así, cada vez pierde más fuerza la idea de que quien visita un psicólogo “está loco”.
A raíz de la pandemia hemos aprendido también, la relevancia de desarrollar nuestra capacidad de adaptación y flexibilidad, al comprender que en nuestra vida habrá muchas situaciones que escapan de nuestro control y poder enfocarnos en resolver aquello que sí está en nuestras manos, en lugar de buscar resolver aquello que no depende de nosotros/as. Por último, comprender el impacto que ha tenido la pandemia en la salud mental nos ayuda a la prevención y tratamiento de enfermedades de salud mental, motivo por el cual te invitamos a aprovechar los apoyos disponibles para cuidar tu salud mental y estar atento(a) al último ciclo de talleres que desarrollaremos en el mes de noviembre. ¡No te lo pierdas!