Lunes 10 de Septiembre de 2018
Por Gabriela Rojas Maruri, socióloga, Universidad Central de Chile (*).
Cuando hablamos de economía en el mundo globalizado estamos en las curvas de la oferta y demanda, en la inflación, en cómo prevenir la sobreproducción. Cuando hablamos de economía en este neoliberalismo pareciera que vemos realmente la mano invisible que nos gobierna, mueve y alimenta. Este sistema que se nos implantó forzada y violentamente para hacernos comprender una sola forma de observar los tejes y manejes de las hazañas económicas, del crecimiento, de la exportación e importación de los recursos. Cuando hoy hablamos de economía es como observar las abstractas maniobras de los “expertos”.
Los economistas clásicos redujeron el concepto de economía al de mercado, y tal como lo plantea Karl Polanyi: “esta práctica utilitaria tan poderosa, lamentablemente, deformó la comprensión del hombre -y la mujer- occidental de sí mismo y la sociedad”. Con esto quiero decir que, al reducir la economía a las leyes del mercado se produce un desentendimiento de las personas respecto a su desenvolvimiento en sociedad, o sea, perdemos reflexividad, capacidad de agencia y transformación.
Si dejamos de lado la interpretación económica de los clásicos y re-pensamos lo que entendemos por economía, podríamos encontrarnos alejados de la competencia y del discurso heredado sobre la “escasez de los recursos”. Incluso si llegásemos a comprender que la economía es el sistema por el cual somos capaces de satisfacer nuestras necesidades objetivas y subjetivas, individuales pero también colectivas, nos encontraríamos con nuevos factores que aportan al bien común.
Si analizamos la unidad económica básica, el hogar, podemos observar elementos como la reciprocidad, el intercambio y la redistribución. Estos tres factores se entrelazan para generar una producción de bienes materiales y de cohesión en la familia. La reciprocidad entre los miembros del hogar, el intercambio de bienes y saberes y la redistribución equitativa (o no) de los recursos a manos de quien está a cargo de la economía doméstica, son formas en las que se mantiene activo este “pequeño” sistema económico.
Si entendemos el hogar como un sistema donde se movilizan valores colectivos como la reciprocidad, el intercambio y la redistribución, se desprende una primera conclusión, a saber: un sistema económico no sólo se mantiene activo mediante acciones utilitaristas y racionales, incluso es posible generar un sistema económico que se sustente sobre una lógica no mercantil ni monetaria, erguida a la base de relaciones de afecto. En segundo lugar, si analizamos con detalle el sistema económico doméstico, se torna vital explicar y proyectar los roles ejercidos, y con ello pretendo acentuar el rol de la mujer como protagonista y sostenedora de un pequeño sistema económico alternativo a las leyes del mercado, cuya labor se sustenta en la provisión de las necesidades básicas para el funcionamiento del hogar.
Esto último no lo recalco por fetiche, sino más bien porque al comprender la labor y el trabajo -no reconocido ni remunerado- de la mujer al interior de la economía doméstica, observaremos con mayor claridad que las acciones ejercidas, lejos de ser utilitaristas, apuntan a otorgar beneficios colectivos. Entiéndanse esto como: bienes materiales, emocionales y sentido de pertenencia.
Entonces, llevar a cabo sistemas económicos alternativos al imperante es posible y se realiza de forma cotidiana, el dilema surge cuando no nos damos cuenta de nuestras acciones y no buscamos comprender su sentido. Incluso puede sonar a metafísica en los oídos de los economistas clásicos, sin embargo, entender el sentido del porqué de nuestras acciones, permite reapropiarnos de nuestro trabajo, de los roles, de nuestra economía. De eso precisamente se trata esta materia, de entender cómo es posible vivir en sociedad. El sentido de nuestras acciones es, ciertamente, el contenido de las tecnologías que mueven nuestras economías.
(*) Gabriela Rojas Maruri, socióloga, coinvestigadora en el estudio: "Las organizaciones gestionadas por sus trabajadores y propietarios en el sector editorial en Santiago de Chile. Estudio de caso de la cooperativa de editores La Furia", financiado por la Dirección de Investigación de la Vicerrectoría Académica de la Universidad Central de Chile, y realizado desde la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Chile.