Los indicadores de salud mental en nuestro país son alarmantes. Somos, tristemente, una
“potencia mundial” en las tasas de depresión, estrés, consumo de sustancias, violencia
intrafamiliar y de género, vulneraciones de derechos y suicidio, no solo a nivel adulto, sino
también infantil y juvenil. Y estos datos críticos ya los teníamos antes del estallido social y del
Covid-19.
La emergencia actual ha venido a evidenciar no solo las enormes brechas y diferencias para
obtener bienes y servicios, sino también en cuanto a las condiciones de vida y acceso a la salud
mental, en un país en donde aún es un tema tabú reconocer que se tienen problemas de esta
índole.
Es en este contexto de enorme incertidumbre, de amenaza constante e invisible, que nos obliga a
estar alejados y encerrados para protegernos, en que se hace necesario reconocer los
sentimientos que afloran de inseguridad, ansiedad y miedo; y explorar nuevas formas de
comunicarnos y de abordar estas problemáticas.
Las nuevas plataformas tecnológicas nos permiten romper barreras y resistencias a los dispositivos
presenciales clásicos, pero también nos imponen a los profesionales nuevos desafíos técnicos y
éticos, pues comunicarse a distancia por una pantalla y micrófono es complejo, requiere de
competencias comunicacionales “clásicas” y “modernas” ad hoc al entorno en que ocurre este
encuentro; además de imponer que el profesional se haga cargo de todos los nuevos elementos
que se visualizan al acceder al espacio íntimo de la persona a la cual atendemos, ya que
ingresamos directamente a su casa y a las condiciones en que vive, a las modalidades de relación
de quienes coexisten en ese domicilio, entre otros.
En este nuevo escenario, los programas deben desarrollar estrategias de supervisión y
acompañamiento a los profesionales, de formación y capacitación en estas instancias que nos
resultas descocidas, además de recursos tecnológicos que permitan el correcto funcionamiento de
estos dispositivos.
Finalmente, se hace imprescindible entonces que el trabajo psicológico continúe, porque las
personas que ya estaban en atención profesional siguen demandando su espacio de interacción y
porque aquellas que no lo requerían, ahora sí lo están necesitando; y por último, es fundamental
que la salud mental también sea una prioridad para todos.