Martes 2 de Junio de 2015
Columna de opinión de la profesora de la Escuela de Ciencia Política Rocío Zepeda
Chile comienza el siglo XX con una ola de manifestaciones sociales que tenían por fin mostrar el descontento por las condiciones de vida de la clase obrera. Este episodio termina tristemente con la masacre de miles de trabajadores salitreros por parte del gobierno en la ahora conocida “Matanza de Santa María de Iquique”. Luego de más de una década de silencio popular, en los años ‘20 los obreros, artesanos, sectores medios, partidos políticos de izquierda y estudiantes se vuelven a levantar encontrando de parte del Gobierno nada más que represión y la declaración de estado de sitio.
Con el pasar del tiempo, si bien las demandas se fueron diversificando asimismo el repertorio de la movilización, el Gobierno siguió respondiendo de la misma forma, argumentando la búsqueda del orden por medio de la represión y justificando los actos de violencia como una respuesta al vandalismo ciudadano producto del desbordamiento social. Ejemplos podemos dar muchos, pero creo que sólo es necesario mencionar que durante la historia de nuestro país no ha existido ninguna manifestación ciudadana de importancia que no haya terminado con al menos un muerto.
Los movimientos sociales a lo largo de nuestra historia se han constituido como actores fundamentales en la lucha por el cambio y la ampliación de derechos. Y es así: los verdaderos cambios o adelantos sociales no han sido, en su mayoría, producto de la buena fe del Gobierno o de nuestra elite, sino que han estado alentados por grupos de personas que han arriesgado su vida luchando por lo que consideran justo.
Frente a esta situación, parece injusto –por una parte– que la atención de las demandas ciudadanas se centre en unos cuantos encapuchados que no hacen más que perjudicar la consecución del objeto y, por otra, que la respuesta continua del Gobierno sea la represión en base al restablecimiento del orden afectado por el vandalismo.
Creo que no existe una fórmula mágica para terminar con este círculo de violencia, donde unos reprimen, otros atacan, por lo que los unos más reprimen y los otros más atacan. Pero sí podríamos abogar porque en el ideario colectivo prevalezca lo noble de nuestras causas, porque se sepa que aquellos que ya no están, murieron por la consecución de sus ideales, y esos ideales son más poderosos que la acción de un par de individuos que ni siquiera son capaces de dar la cara.
Rocío Zepeda Majmud
Profesora
Escuela de Ciencia Política
Universidad Central de Chile
La columna fue publicada en: