Cristián Fuentes Vera Académico Escuela de Ciencia Política, Universidad Central
En Washington existe un “gobierno permanente”, compuesto por un conjunto de instituciones que representan a los intereses esenciales de los Estados Unidos, que asegura la continuidad y contiene a los díscolos tanto republicanos como demócratas, situación que deja un espacio de maniobra bastante relativo a las autoridades de turno. Al mismo tiempo, el sistema capitalista tiene reglas que nadie puede transformar a su entera voluntad, quedando solo la posibilidad de transitar por los márgenes, establecer matices o profundizar en tendencias ya consolidadas.
¿Esto qué significa? Es probable que se produzca un ajuste en la globalización, un freno a la desgravación comercial que, por lo demás, ya se estaba produciendo en la Organización Mundial de Comercio (imposibilidad de cerrar la ronda Doha), junto a un intento norteamericano por renegociar pactos que considera desventajosos, aunque toda negociación implica concesiones mutuas y la Casa Blanca no está en condiciones de ofrecer alternativas demasiado distintas o de imponerse ante otras potencias como China, el mayor acreedor de su deuda externa.
Más bien, se trata de proteger y alentar la generación de empleos, propósito que se puede lograr con menos costos usando inversión fiscal y privada, por ejemplo el plan de obras públicas anunciado por el Ejecutivo entrante, subsidios a empresas para que se queden en el territorio nacional, como el realizado con la firma de aire acondicionado Carrier cuando quiso mudarse a México, o una serie de mecanismos que se asemejan a los utilizados por Franklin Delano Roosevelt, en la década de los años treinta del siglo pasado.
Es extraordinariamente complejo romper un consenso de setenta años en política exterior, ya que volver al aislacionismo de antes de ser superpotencia podría arrastrar efectos catastróficos. Por ello, pareciera que los ultra halcones del gabinete se concentrarán en implementar una intensa ofensiva contra el terrorismo, tan unilateral como su fuerza les permita, asignando a la diplomacia del petróleo y a internacionalistas experimentados como el mismísimo Henry Kissinger, la construcción de una alianza inédita con Rusia que establezca por fin algún tipo de orden mundial postguerra fría.
Este es el núcleo central de la acción exterior del próximo inquilino de Washington, para quien el objetivo principal está en su propia nación y no en el resto del planeta. A partir de allí, intentará parar a los inmigrantes ilegales, sin muro continuo pero con valla, rediseñar su relación con México y subir aranceles que requerirá compensar con algo, sin que se vislumbre aun con qué. El resto es música, y todavía no sabemos la melodía.