Los egresados, los padres y los estudiantes, junto al cuerpo académico y funcionario, alentaron un proyecto que bregaba a diario para salir adelante por sobre las restricciones que imponía una débil y olvidadiza política pública. La protesta por situaciones materiales fue ampliándose a la incomprensible protesta de las manifestaciones actuales que no evidencian una agenda de reivindicaciones y planteamientos. Existe sólo la insensata seguidilla de acciones violentistas, cuyo norte el país desconoce, como también la propia comunidad del Instituto, desgastada y dolida porque su alma institucional ha pasado de la somnolencia, a la muerte.
Se destruyó la disciplina y la organización académica puesto que, en medio de diarias batallas campales, es poco lo que puede hacerse para que subsista el necesario orden que debe acompañar al ejercicio de la docencia. Pero luego, también se destruyeron el respeto y la confianza. El respeto hacia la inmensa mayoría de estudiantes y familias que desean la educación que tan bien proveyó el Instituto a lo largo de toda su existencia, y hacia funcionarios y profesores, amenazados por grupos violentistas que no poseen norte, al menos en relación con un proyecto institutano.
Se destruyó la confianza, sin siquiera disposición a revelar la identidad y propósitos efectivos de los violentistas que mantienen cautivo al colegio; desconfianza que se extiende hacia miembros de la comunidad que al parecer alientan, por motivos diversos, las desmedidas manifestaciones ejecutadas día a día.
La violencia ha llevado a la destrucción del alma del Instituto Nacional, siempre radicada en el norte institucional marcado por su misión y su proyecto educativo. Simbólicamente, el alma institutana fue asesinada cuando en medio del patio se quemó, luego de ser sustraído de la vitrina que le guardaba, el estandarte, siempre símbolo venerado de la sublime tradición republicana. Todo esto, en medio de infructíferas operaciones policiales y de vacíos discursos políticos, reflejando la inhabilidad de las instituciones para manejar un caso complejo que retrata, al fin y al cabo, una situación de insatisfacción y protestas sin norte, al menos con relación al Instituto y su futuro.
Se ha destruido el alma de una institución republicana y con ello, los autores, deben sentir el logro de un propósito escondido: destruir el latir de una educación pública que Chile necesita más que nunca.
Fuente: Latercera.com