Todas las generaciones guardamos un recuerdo cariñoso y agradecido hacia nuestros profesores y profesoras. Especialmente en el caso de aquellos que marcaron nuestros inicios en el mundo escolar, que nos orientaron en las llamadas “primeras letras” y que se transformaron también en un ejemplo de vida que incidió en forma determinante en el modelaje de nuestras propias vidas. El rol del maestro se extendió siempre mucho más allá de la sala de clases, a menudo lejos del ambiente docente propiamente tal, para así proyectar a niños y jóvenes hacia la sociedad y la vida misma. Por eso, los profesores ejercieron influencia notable en la sociedad, y se convirtieron en una verdadera piedra angular entre nuestro presente y el futuro.
A partir de su generosidad y vocación altruista, fueron capaces de construir generaciones de ciudadanos agradecidos que supieron también edificar un sentido generoso en sus propias existencias, especialmente en el contexto de la vida social y de la generosidad que permitía avanzar hacia una sociedad más solidaria. Chile le debe mucho a sus profesores, y mucho más allá de su tarea formativa-docente estrictamente, sino en la formación de una ciudadanía responsable y de sucesivas generaciones de hombres y mujeres dispuestas a servir a Chile en un sentido amplio, generoso y con mirada de futuro. Eran esos profesores seleccionados sobre la base de una vocación de servicio, mucho más allá de la vocación pedagógica, indispensable como indudablemente era. Y eran las escuelas de pedagogía verdaderos semilleros donde se preparaban a esos contingentes de hombres y mujeres que iban a servir a sus congéneres, y no solamente en la idea de recuperar lo invertido en tiempo y recursos.
Eso se ha perdido en nuestra sociedad. El profesor ha pasado a ser no sólo maltratado del punto de vista de las políticas públicas, sino también ha descendido en la valoración social que se brinda a su trabajo. El rol social del profesor ha disminuido, y cada vez más se restringe a “pasar materia” en la medida de lo posible, silenciando su voz para inducir ejemplo y orientación hacia niños y jóvenes. Las escuelas de pedagogía han sufrido las consecuencias de su rol más bien secundario en el mundo de la educación superior, donde las disciplinas de mayor desarrollo y proyección cuentan con mayores recursos y sistemas más estimulantes. Todo esto augura un futuro en que la educación no sea el elemento fundante de una población más productiva, dominada por un ánimo de pertenencia y deberes hacia la sociedad presente y futura.
La desaparición de las Escuelas Normales, culminando un proceso que comenzó a fines de la década de 1960, ha sido sin lugar a dudas una pérdida sensible para la educación. Tales centros educativos sintetizaron el sueño patriota de una educación que promoviera la adhesión ciudadana a la consolidación de la república y, al mismo tiempo, proveyera las competencias necesarias para lograr un progresivo desarrollo nacional. Un esfuerzo de más de un siglo que tuvo avances y retrocesos, pero que en definitiva ejerció un rol de singular relevancia para consolidar, junto al Liceo desarrollado desde fines del siglo XIX, una educación que siempre fue necesario mejorar en materia de cobertura y financiamiento, pero que en este más de un siglo que culminó en la década de 1970, trajo a Chile resultados loables que permitieron efectivamente construir país, una ambición que nunca se vio separada de los grandes objetivos educacionales. La destrucción de las Escuelas Normales no sólo abogó por un deterioro permanente de la formación pedagógica, sino que también asesinó el alma de la educación que, como sueño republicano que era, merecía un rol más relevante y definido que aquél destacado como responsable del capital humano nacional.
Hoy son los días en que la mayoría de nuestra población somos analfabetos funcionales, en que el análisis lógico no abunda entre nuestros jóvenes, y en que el manejo de la información parece circunscribirse principalmente a las redes sociales. Y por eso parece ser cierto que estamos dominados por una baja productividad y que, además, somos una población con escaso norte en materia de solidaridad y equilibrio social. Aún así, los profesores siguen siendo el estamento que debe mirar al futuro, y que necesita hoy día desesperadamente nuestra atención para poder retomar el rumbo y edificar la educación que soñaron los grandes líderes republicanos de toda la historia. Es bueno recordarlo en días en que celebramos “el día del profesor”.
Titulo esta columna con el lema más trascendente a lo largo del siglo XX chileno, cuya autoría es de ese verdadero gigante de la educación: don Valentín Letelier Madariaga.
Publicada originalmente en Diario Estrategia.